El desarrollo natural es posible a través de la conciencia

La conciencia natural ha de estar presente en los niños de cada generación para la supervivencia

21 de diciembre de 2010

Navidad sin árbol ni luces




La Navidad tradicional en todo el mundo se ha relacionado con árboles y luces. El árbol como símbolo de un nacimiento majestuoso, y las luces de la energía: todo lo que aporta iluminación, color, calor y brillo a los sentidos y a la mente humana.

Los antiguos habitantes sentían muy de cerca el paso del calendario, cuando el sol empieza a elevarse a partir de ahora para empujar el nacimiento de la vegetación para la nueva temporada. Todo el ciclo natural comienza a despertar de nuevo con fuerza creciente, la misma energía del universo revive por medio de nuevas plantas, que alimentarán a nuevos animales; y un árbol desplegado con luces es el vestigio original que mejor representa toda esta celebración.

Más tarde las religiones sustituyeron el árbol por un niño que nace iluminado por las estrellas, conservando la misma base simbólica y ampliándola a la facultad de la conciencia humana.

Está claro que el progreso permitió añadir las luces eléctricas para hacer más evidente el signo navideño, mientras que se perdía la vivencia interna primitiva. La paradoja está en que los sentidos ahora pueden percibir muchas luces y árboles navideños, instalados por doquier, mientras que la experiencia personal de ese renacer continuo de la naturaleza ha quedado casi inaccesible. Tampoco somos capaces de percibir el misterioso halo de energía sutil que envuelve a todos los seres vivos.

Hemos llegado al extremo de que la presencia del signo externo entorpece la experiencia interna, en lugar de facilitarla. Cuando paseamos por un ambiente natural, los árboles forman parte como un continuo del espacio mismo, ocupan el espacio que forman y forman el espacio que ocupan, en ese momento nuestro cuerpo penetra en ese espacio compartiendo igualmente el fenómeno de existir. Cuando estamos en el interior de una vivienda no necesitamos tener un árbol dentro de la misma, pero podemos aprovechar el revivir la misma experiencia penetrando mentalmente el espacio que nos rodea y el que sigue más allá de los muros. Así podemos sentirnos unidos a todas las cosas, tanto presentes a través de los sentidos, como aparentes en el espacio mental. Incluso podemos sentir la existencia de cualquier elemento natural con sus propiedades por medio de vivencias anteriores.

Sin embargo, al disponer de un árbol con luces de navidad en una vivienda, la experiencia sensorial tiende a la pereza más cómoda, quedándose en percibir solo el objeto material más inmediato, en lugar de extenderse a una órbita en unidad con toda la naturaleza.

Lo mismo puede ocurrir con la presencia de otros objetos corrientes y de personas: la nostalgia, la añoranza, incluso el deseo de tener algo entre las manos o contar con la presencia de alguien querido es una exigencia sensorial que bloquea una experiencia interna más rica de abrir la mente a todo lo que es y a todo lo que no es.


20 de diciembre de 2010

Acompañados en la salud




La salud moderna parece un concepto muy ambiguo y confuso. Es raro encontrar a una persona que se sienta completamente sana, pero más raro aún es que los médicos sepan cómo conducir al resto a ese estado apetecido. Y es que la completa salud requiere un cuidadoso equilibrio y una delicada armonía entre todos los elementos que componen un organismo complejo como el nuestro, mientras que no estamos acostumbrados a percibir esto en conjunto.

Cuando acudes a un médico normal al sentir un síntoma molesto, si tienes la fortuna de que el diagnóstico se acerque a alguna de las causas probables, apenas será capaz de prescribir un tratamiento adecuado para revertir ese problema parcial. Pero la mente del médico será incapaz de contemplar el estado conjunto del organismo, percibiendo los desajustes fallidos en el equilibrio y la armonía internos.

Hay un problema adicional porque el concepto de salud moderna está basado en las expectativas respecto a un modelo, y los seres vivos en la naturaleza no siguen ningún modelo, son ejemplares sujetos a la influencia del entorno y la evolución. Las personas esperamos contar con unas facultades sanas para seguir un plan preestablecido, y cuando alguna facultad no cumple el nivel exigido, desviándonos de la ruta prevista, consideramos que estamos enfermos.

Cuando no existen conceptos mentales de salud y enfermedad, no existe un modelo sano al que aspirar ni tampoco personas enfermas. No te sientes limitado por incumplimiento de contrato respecto a lo esperado.
En la naturaleza podemos encontrar constantemente, en los seres vivientes y en las partículas inertes, comportamientos armónicos y elementos impulsados desde el equilibrio, incluso dentro de un aparente caos. La vida global es simplemente una sucesión de ráfagas de energía que corrigen desequilibrios parciales respetando una armonía natural en las interacciones. Esto incluye nuestra idea de la enfermedad y la muerte.

Por eso las leyendas tradicionales explican, no solo que la interacción con el entorno natural puede sanar, sino que la contemplación interna de la naturaleza en sí permite abrir los canales que recuperan el equilibrio y la armonía entre el interior y el exterior, o la mente y el cuerpo. Esta sensación consciente no tiene por qué coincidir con la idea de salud moderna. La auténtica alegría y bienestar no dependen de criterios médicos.

Hay multitud de casos en que puedes experimentar la belleza de una remisión espontánea por algún desequilibrio, sin necesidad de buscar el modelo normal de salud. Me conmueven especialmente los niños autistas que evolucionan hacia su plenitud en contacto con animales; no han recuperado la salud, se han desarrollado siguiendo su propio camino natural cuando se les ha permitido. Algo similar ocurre cuando un drogadicto de algún tipo se desengancha espontáneamente sin un tratamiento, pero cambiando sus condiciones de vida.

Pero cualquiera puede experimentarlo por sí mismo, se sienta más o menos sano. No tiene más que abrirse, disolviendo sus conceptos previos, inmerso en la naturaleza para sentirse invadido por la vida que, sin esperar nada, despliega su potencial infinito ante nosotros mismos.



7 de noviembre de 2010

Todos los espíritus



En estos días se aprecia el cambio grueso de estación: el sol se aleja, las plantas se contraen y pliegan su energía, y los animales descansan preparando su hibernación.

La vida que exuberaba hasta hace poco en las hojas verdes parece haberse retirado, como si se recogiera bajo la tierra, y el pleno vigor abandonara a los seres vivos, hasta el punto de que muchas especies nos hacen dudar si siguen realmente vivas o no. Esto se une a la aparición de los fenómenos climáticos que transforman el ambiente natural: cambian radicalmente la percepción del panorama, envuelven la atmósfera de una luz tornasolada acentuando las sombras y una mayor oscuridad, las nieblas confunden los contornos y escatiman detalles diferenciadores entre las formas, las humedades del rocío previas a las heladas matizan los olores mezclando todos los elementos (agua, tierra, madera…), los cambios de tonalidades en los ropajes de la vegetación se suman a la sensación térmica que invita al recogimiento buscando el fuego. Ese mismo fuego utilizado para quemar los rastrojos y las podas de las cosechas, para cocinar las carnes que se almacenan para alimentarse con el frío, y para poder iluminarse. Tradicionalmente era el momento de hacer balance de los ganados suministrados y se quemaban en la hoguera los huesos de los sacrificados. Todos estos elementos apartan al hombre rústico de los estímulos sensoriales y le inspiran a observar el misterio que emana más allá de la vida que desaparece. Ahí es donde siente los espíritus durmientes, más cercanos que nunca, de todos los elementos de la vida.

Los celtas celebraban la comunión con los espíritus difuntos, entendidos como una unidad, es decir, sin separación entre ejemplares o especies naturales. La energía de la vida es una sola, y la ocasión en que ésta parece descansar también se aprovecha para sentir su latido ahí subyacente. Desde luego, aunque parezca una contradicción, la ausencia de vida visible empuja también a recogerte mentalmente, te hace volver hacia una introspección más sosegada, hace más evidente la sensación de que aquí hay una vida preciosa; una vida que ha desplegado su abanico explotando durante los meses cálidos y que, como una marea, volverá a hacerlo en cuanto las fuerzas condensadas vuelvan a empujar hacia afuera. No se trata tanto de celebrar la muerte sino de contemplar el penetrante potencial pasivo del yermo antes de activarse volcando en formas de vida concretas.

Los druidas lo experimentaban como una intervención mágica donde las leyes mundanas del tiempo y el espacio quedan temporalmente suspendidas y la “barrera entre los mundos” desaparece. No hay más que caminar durante esta época entre una zona boscosa o por una ladera agreste para sentir esa magia: destacan los rigores del clima, el reino mineral parece prevalecer sobre el vegetal y el animal, éstos en letargo; el paisaje se vuelve más uniforme, con menos referencias de seres vivos, y el último periodo de tiempo parece no haber transcurrido, como si se hubiera quedado congelado en el año anterior.

Los Celtas celebraban entonces el Año Nuevo, el Samhain, en que se daban por finalizadas las cosechas y comenzaba el tiempo de invierno. Los romanos también celebraban en las mismas fechas una fiesta de la cosecha en honor a Pomona, el espíritu de los árboles frutales, donde destacaban las manzanas.

Hoy día los nabos y las calabazas que los pueblos celtas cosechaban siguen simbolizando la fiesta de Todos los Santos (Halloween abreviado en irlandés), y los niños se disfrazan para buscar las ofrendas valiosas que antiguamente se dejaban a los espíritus en alguna hornacina como nexo entre las casas y el ambiente natural.

31 de octubre de 2010

Signaturas vivientes



En este tiempo puedes disfrutar tomando higos, que luego permanecerán todo el año al alcance en forma seca, al igual que las uvas o las ciruelas. El fruto de la higuera, como el de otros árboles tradicionales considerados sagrados, es hijo de la naturaleza y, aunque se tome solo, supone una ocasión propicia para el mindfulness intenso.

La práctica general de Mindfulness comienza siendo una compañera íntima que nos acompaña a todas partes y en todo momento hasta que, con la insistencia continua, llega a fundirse en la experiencia misma de la percepción sensorial. Al principio nos fijamos en la sensación del tacto corporal, a lo que ayuda la temperatura o el contacto con objetos cualesquiera, pero el verdadero avance se produce cuando ejecutamos los movimientos del cuerpo en un equilibrio dinámico entre la atención y la energía mental dirigida. Las aparentes dimensiones de la energía: mental, nerviosa y física, convergen así en "realizar" una energía universal interna propia de la vida. El reto de la práctica combinada con otras meditaciones consiste entonces en ampliar la contemplación de esa energía asimismo a otras formas externas de la naturaleza, ya sean de la vida en forma biológica, proactiva o residual.

Esta práctica combinada, por ejemplo aplicada durante la toma de alimentos, funde tu propia experiencia personal de "saboreando" o "masticando" con la contemplación general de la fuente de la vida que ha dado a la luz dicho alimento. Esta contemplación amplía la visión inicial de "soy parte de la vida contenida en esta fruta", o simplemente "soy la fruta", incluyendo el conjunto del resto de los sentidos, hasta entrar abriendo la proyección mental dentro de la planta original de la que parte la fruta, con todos sus elementos de vida. Es algo así como si la semilla de la planta física se volviera en forma de boomerang mental hacia sí misma. Se da así una participación con la higuera o la palmera o cualquier árbol frutal... hasta sentir que estás imbuido de sus características que le permiten estar viva. El fruto o la semilla actúa como una especie de cordón umbilical que te reúne con la experiencia de la vida. Mientras estás comiendo su fruto, puedes sentir la acción de los fenómenos exteriores sobre esa planta, que favorecen o dificultan su desarrollo: la atmósfera, las sustancias químicas, el sol, el agua, los animales que han convivido con ella... En este caso, la higuera, exuberante de hojas, recibiendo el empuje del ambiente natural, fructifica dentro de ti y pareces notar cómo la energía del brote rebosa una alegría contagiosa, hasta ofrecer ecuánime un fruto inconmensurable.

Sin duda este debió ser el origen de la doctrina de las signaturas. Los médicos antiguos utilizaban partes de plantas o de animales que recordaban, bien por su forma o por su nombre, ciertas partes del cuerpo humano necesitadas de salud, o ciertas virtudes que había que recuperar.

La planta Hepatica se empleaba para los males del hígado, por la forma análoga de sus hojas. El eminente Galeno estaba convencido de que el cangrejo curaba el cáncer. Más recientes son las flores de Bach, quien eligió una especie del género Impatiens para curar la impaciencia.

Un ejemplo muy conocido aún hoy es el que relaciona las nueces con el cerebro por su imagen parecida. Curiosamente el contenido de aceites omega de las nueces las hacen ideales para nutrir el cerebro y el sistema nervioso en general. Sin duda, el parecido facilita una regla mnemotécnica para asociar la fruta del nogal con los beneficios que aporta a la salud, pero podemos aprovechar mejor esa coincidencia si vamos más allá del mero aspecto cognitivo. Al tomar una nuez, la evocación física del cerebro sirve de puerta para prestar atención a esa zona del organismo. Depende de la persona, el elemento externo podrá causar quizás una sugestión, una inducción subliminal a la tranquilidad con confianza en la fuerza natural del propio órgano, o una activación energética sutil del área afectada. El caso es que incluso Ramón y Cajal realizó experimentos de estas "curas mágicas" con éxito.

Sin duda los antiguos médicos conocían y usaban la unión del cuerpo y la mente para llevar a cabo su magia medicinal. Pero la desconexión con ese conocimiento llevó a convertir la evidencia práctica en una simple teoría o en una superstición.


23 de octubre de 2010

Armonía Divina




La falta de concordancia con la naturaleza va unida a menudo con las críticas sociales: "Las cosas no van bien", "El mundo falla por la corrupción de los poderosos, que se aprovechan, y por la apatía de los menos agraciados, que no se esfuerzan", y cosas por el estilo. Así que hoy casi todo el mundo pretende ser de la clase media, para pertenecer al rebaño de corderos inocentes y libres de pastores. Pero si cada uno se observa a sí mismo con alguna lucidez, descubre un mar de contradicciones y no resulta difícil encontrar los propios errores perversos.


"El que obedece a su vientre obedece al enemigo. Quien obedece a su corazón estará en orden." Algo equivalente (con otros caracteres gráficos) decía hace 4.300 años el Ptahhotep, el libro más antiguo del mundo según los egiptólogos.


La naturaleza nos ofrece un camino que nos ha traido hasta aquí: las raíces de los árboles se han abierto paso mientras sujetan el terreno, los caudales de agua han formado cauces según su propio nivel, el oxígeno se ha infiltrado y mezclado por todos los resquicios posibles, y los seres vivos se han desarrollado con su ámbito para sobrevivir y evolucionar. Formamos parte de un inmenso programa biológico que no respetamos, un programa exquisito que continúa abierto, donde figuran las claves para seguir adelante. Solo podrá ofrecer luz quien encauce esa fuerza íntegra de la vida a través de sí mismo.

Solo puedo ver correctamente a otra persona si tras su apariencia siento la naturaleza de la que ella misma ha brotado. Solo estaré actuando bien si me veo dentro de esta naturaleza intacta.

Ya decían los textos de la sabiduría del antiguo Egipto:

"Seremos un modelo para los otros pueblos y para las generaciones futuras. Si nos conformamos a la Armonía Divina no tendremos nada que temer de los extranjeros ni de los invasores: ellos estarán obligados a adaptarse a nosotros; porque las Leyes Universales son más poderosas que las decisiones arbitrarias de los hombres."


19 de octubre de 2010

Arenas y rocas



Muchas arenas a mi alrededor, siento que formo parte de ellas. A partir de las arenas se van formando las piedras y rocas, hasta finalmente erigirse una montaña. La erosión y el sedimento actúan en sentido contrario y desgastan las rocas y montañas hasta descomponerlas en arena. Las fuerzas de la naturaleza van actuando, por el agua, el aire, el calor..., creando así lo que ha existido a nuestro alrededor.


Mucho antes de entender algunas leyes físicas sobre el comportamiento de los elementos y las moléculas, los hombres ya sentían una inteligencia oculta en esos comportamientos misteriosos que simulaban el caos.


Como hombres, formamos parte de la naturaleza, también somos silicio, cristales y tenemos cálculos en el riñón y en la cabeza. Pero nuestras acciones no están en unidad con todo el resto de movimientos, creaciones y destrucciones naturales, no hay una armonía con esas leyes que rigen el universo.


Si observo quieto y profundamente las arenas moverse, ellas son libres, lo van componiendo todo sujetas al devenir que las dirige, lo son todo sin preocuparse.


Siento que mis entrañas pueden confiar, sentarse en las arenas y volar con ellas por el viento, pueden desprenderse de las orillas de un río, pueden apisonarse ante el peso de las rocas y pueden fundirse por los rayos del sol. Mis arenas pueden así ser libres.

Si lo permito, mi propia naturaleza será libre.



18 de octubre de 2010

Ese poder animal



En un parque del centro de Londres se levantó en 2004 un memorial dedicado a los Animales de las Guerras. El monumento contiene un par de mulas de bronce, un caballo y un perro se alzan sobre la hierba, con un muro donde aparecen tallados camellos, elefantes y palomas. Parece que no han olvidado a ninguno de los muchos animales que han participado en los conflictos bélicos a lo largo del siglo XX. Hay incluso unos diminutos gusanos de luz, que en las trincheras de la Primera Guerra Mundial sirvieron a los combatientes para leer los mapas en medio de la obligada oscuridad. Mucha gente se emociona al descubrir o recordar el papel que todos esos seres irracionales cumplieron en las sangrientas décadas de 1900, ayudando a sobrevivir y vencer a los racionales, los causantes de toda esa sangre, con razón o sin ella.

El mismo 2004 fue el año en que el Parlamento inglés prohibió la caza del zorro con perros. Tiempo atrás, en 1835, había abolido otras manifestaciones de crueldad hacia los animales, como las peleas de gallos y de tejones, o aquella especie de corridas de toros, los bull-baiting, que numerosos británicos del siglo XVIII parecían adorar. Los habitantes de la Gran Bretaña presumen ahora en ir por delante al comprender que nuestra condición de humanos no nos autoriza a martirizar innecesariamente a los animales no humanos.

En nuestro país, incluso un puñado de intelectuales parecen considerar absurdamente sensiblero cualquier atisbo de pensamiento que vaya más allá de nuestro propio ombligo. Las religiones monoteístas están empeñadas en hacernos sentir superiores. Los ángeles se preguntan en ese caso, ¿es moral que el superior abuse del inferior?
¿Sería justo, por ejemplo, que si invadiese nuestro planeta una raza extraterrestre más inteligente, fuerte y armada que la nuestra, se dedicase a esclavizarnos, torturarnos y destruirnos, por el hecho de ser mejores que nosotros?
¿En nombre de qué puedo considerar que dispongo impunemente de ese poder?