El desarrollo natural es posible a través de la conciencia

La conciencia natural ha de estar presente en los niños de cada generación para la supervivencia

21 de diciembre de 2010

Navidad sin árbol ni luces




La Navidad tradicional en todo el mundo se ha relacionado con árboles y luces. El árbol como símbolo de un nacimiento majestuoso, y las luces de la energía: todo lo que aporta iluminación, color, calor y brillo a los sentidos y a la mente humana.

Los antiguos habitantes sentían muy de cerca el paso del calendario, cuando el sol empieza a elevarse a partir de ahora para empujar el nacimiento de la vegetación para la nueva temporada. Todo el ciclo natural comienza a despertar de nuevo con fuerza creciente, la misma energía del universo revive por medio de nuevas plantas, que alimentarán a nuevos animales; y un árbol desplegado con luces es el vestigio original que mejor representa toda esta celebración.

Más tarde las religiones sustituyeron el árbol por un niño que nace iluminado por las estrellas, conservando la misma base simbólica y ampliándola a la facultad de la conciencia humana.

Está claro que el progreso permitió añadir las luces eléctricas para hacer más evidente el signo navideño, mientras que se perdía la vivencia interna primitiva. La paradoja está en que los sentidos ahora pueden percibir muchas luces y árboles navideños, instalados por doquier, mientras que la experiencia personal de ese renacer continuo de la naturaleza ha quedado casi inaccesible. Tampoco somos capaces de percibir el misterioso halo de energía sutil que envuelve a todos los seres vivos.

Hemos llegado al extremo de que la presencia del signo externo entorpece la experiencia interna, en lugar de facilitarla. Cuando paseamos por un ambiente natural, los árboles forman parte como un continuo del espacio mismo, ocupan el espacio que forman y forman el espacio que ocupan, en ese momento nuestro cuerpo penetra en ese espacio compartiendo igualmente el fenómeno de existir. Cuando estamos en el interior de una vivienda no necesitamos tener un árbol dentro de la misma, pero podemos aprovechar el revivir la misma experiencia penetrando mentalmente el espacio que nos rodea y el que sigue más allá de los muros. Así podemos sentirnos unidos a todas las cosas, tanto presentes a través de los sentidos, como aparentes en el espacio mental. Incluso podemos sentir la existencia de cualquier elemento natural con sus propiedades por medio de vivencias anteriores.

Sin embargo, al disponer de un árbol con luces de navidad en una vivienda, la experiencia sensorial tiende a la pereza más cómoda, quedándose en percibir solo el objeto material más inmediato, en lugar de extenderse a una órbita en unidad con toda la naturaleza.

Lo mismo puede ocurrir con la presencia de otros objetos corrientes y de personas: la nostalgia, la añoranza, incluso el deseo de tener algo entre las manos o contar con la presencia de alguien querido es una exigencia sensorial que bloquea una experiencia interna más rica de abrir la mente a todo lo que es y a todo lo que no es.


20 de diciembre de 2010

Acompañados en la salud




La salud moderna parece un concepto muy ambiguo y confuso. Es raro encontrar a una persona que se sienta completamente sana, pero más raro aún es que los médicos sepan cómo conducir al resto a ese estado apetecido. Y es que la completa salud requiere un cuidadoso equilibrio y una delicada armonía entre todos los elementos que componen un organismo complejo como el nuestro, mientras que no estamos acostumbrados a percibir esto en conjunto.

Cuando acudes a un médico normal al sentir un síntoma molesto, si tienes la fortuna de que el diagnóstico se acerque a alguna de las causas probables, apenas será capaz de prescribir un tratamiento adecuado para revertir ese problema parcial. Pero la mente del médico será incapaz de contemplar el estado conjunto del organismo, percibiendo los desajustes fallidos en el equilibrio y la armonía internos.

Hay un problema adicional porque el concepto de salud moderna está basado en las expectativas respecto a un modelo, y los seres vivos en la naturaleza no siguen ningún modelo, son ejemplares sujetos a la influencia del entorno y la evolución. Las personas esperamos contar con unas facultades sanas para seguir un plan preestablecido, y cuando alguna facultad no cumple el nivel exigido, desviándonos de la ruta prevista, consideramos que estamos enfermos.

Cuando no existen conceptos mentales de salud y enfermedad, no existe un modelo sano al que aspirar ni tampoco personas enfermas. No te sientes limitado por incumplimiento de contrato respecto a lo esperado.
En la naturaleza podemos encontrar constantemente, en los seres vivientes y en las partículas inertes, comportamientos armónicos y elementos impulsados desde el equilibrio, incluso dentro de un aparente caos. La vida global es simplemente una sucesión de ráfagas de energía que corrigen desequilibrios parciales respetando una armonía natural en las interacciones. Esto incluye nuestra idea de la enfermedad y la muerte.

Por eso las leyendas tradicionales explican, no solo que la interacción con el entorno natural puede sanar, sino que la contemplación interna de la naturaleza en sí permite abrir los canales que recuperan el equilibrio y la armonía entre el interior y el exterior, o la mente y el cuerpo. Esta sensación consciente no tiene por qué coincidir con la idea de salud moderna. La auténtica alegría y bienestar no dependen de criterios médicos.

Hay multitud de casos en que puedes experimentar la belleza de una remisión espontánea por algún desequilibrio, sin necesidad de buscar el modelo normal de salud. Me conmueven especialmente los niños autistas que evolucionan hacia su plenitud en contacto con animales; no han recuperado la salud, se han desarrollado siguiendo su propio camino natural cuando se les ha permitido. Algo similar ocurre cuando un drogadicto de algún tipo se desengancha espontáneamente sin un tratamiento, pero cambiando sus condiciones de vida.

Pero cualquiera puede experimentarlo por sí mismo, se sienta más o menos sano. No tiene más que abrirse, disolviendo sus conceptos previos, inmerso en la naturaleza para sentirse invadido por la vida que, sin esperar nada, despliega su potencial infinito ante nosotros mismos.



7 de noviembre de 2010

Todos los espíritus



En estos días se aprecia el cambio grueso de estación: el sol se aleja, las plantas se contraen y pliegan su energía, y los animales descansan preparando su hibernación.

La vida que exuberaba hasta hace poco en las hojas verdes parece haberse retirado, como si se recogiera bajo la tierra, y el pleno vigor abandonara a los seres vivos, hasta el punto de que muchas especies nos hacen dudar si siguen realmente vivas o no. Esto se une a la aparición de los fenómenos climáticos que transforman el ambiente natural: cambian radicalmente la percepción del panorama, envuelven la atmósfera de una luz tornasolada acentuando las sombras y una mayor oscuridad, las nieblas confunden los contornos y escatiman detalles diferenciadores entre las formas, las humedades del rocío previas a las heladas matizan los olores mezclando todos los elementos (agua, tierra, madera…), los cambios de tonalidades en los ropajes de la vegetación se suman a la sensación térmica que invita al recogimiento buscando el fuego. Ese mismo fuego utilizado para quemar los rastrojos y las podas de las cosechas, para cocinar las carnes que se almacenan para alimentarse con el frío, y para poder iluminarse. Tradicionalmente era el momento de hacer balance de los ganados suministrados y se quemaban en la hoguera los huesos de los sacrificados. Todos estos elementos apartan al hombre rústico de los estímulos sensoriales y le inspiran a observar el misterio que emana más allá de la vida que desaparece. Ahí es donde siente los espíritus durmientes, más cercanos que nunca, de todos los elementos de la vida.

Los celtas celebraban la comunión con los espíritus difuntos, entendidos como una unidad, es decir, sin separación entre ejemplares o especies naturales. La energía de la vida es una sola, y la ocasión en que ésta parece descansar también se aprovecha para sentir su latido ahí subyacente. Desde luego, aunque parezca una contradicción, la ausencia de vida visible empuja también a recogerte mentalmente, te hace volver hacia una introspección más sosegada, hace más evidente la sensación de que aquí hay una vida preciosa; una vida que ha desplegado su abanico explotando durante los meses cálidos y que, como una marea, volverá a hacerlo en cuanto las fuerzas condensadas vuelvan a empujar hacia afuera. No se trata tanto de celebrar la muerte sino de contemplar el penetrante potencial pasivo del yermo antes de activarse volcando en formas de vida concretas.

Los druidas lo experimentaban como una intervención mágica donde las leyes mundanas del tiempo y el espacio quedan temporalmente suspendidas y la “barrera entre los mundos” desaparece. No hay más que caminar durante esta época entre una zona boscosa o por una ladera agreste para sentir esa magia: destacan los rigores del clima, el reino mineral parece prevalecer sobre el vegetal y el animal, éstos en letargo; el paisaje se vuelve más uniforme, con menos referencias de seres vivos, y el último periodo de tiempo parece no haber transcurrido, como si se hubiera quedado congelado en el año anterior.

Los Celtas celebraban entonces el Año Nuevo, el Samhain, en que se daban por finalizadas las cosechas y comenzaba el tiempo de invierno. Los romanos también celebraban en las mismas fechas una fiesta de la cosecha en honor a Pomona, el espíritu de los árboles frutales, donde destacaban las manzanas.

Hoy día los nabos y las calabazas que los pueblos celtas cosechaban siguen simbolizando la fiesta de Todos los Santos (Halloween abreviado en irlandés), y los niños se disfrazan para buscar las ofrendas valiosas que antiguamente se dejaban a los espíritus en alguna hornacina como nexo entre las casas y el ambiente natural.

31 de octubre de 2010

Signaturas vivientes



En este tiempo puedes disfrutar tomando higos, que luego permanecerán todo el año al alcance en forma seca, al igual que las uvas o las ciruelas. El fruto de la higuera, como el de otros árboles tradicionales considerados sagrados, es hijo de la naturaleza y, aunque se tome solo, supone una ocasión propicia para el mindfulness intenso.

La práctica general de Mindfulness comienza siendo una compañera íntima que nos acompaña a todas partes y en todo momento hasta que, con la insistencia continua, llega a fundirse en la experiencia misma de la percepción sensorial. Al principio nos fijamos en la sensación del tacto corporal, a lo que ayuda la temperatura o el contacto con objetos cualesquiera, pero el verdadero avance se produce cuando ejecutamos los movimientos del cuerpo en un equilibrio dinámico entre la atención y la energía mental dirigida. Las aparentes dimensiones de la energía: mental, nerviosa y física, convergen así en "realizar" una energía universal interna propia de la vida. El reto de la práctica combinada con otras meditaciones consiste entonces en ampliar la contemplación de esa energía asimismo a otras formas externas de la naturaleza, ya sean de la vida en forma biológica, proactiva o residual.

Esta práctica combinada, por ejemplo aplicada durante la toma de alimentos, funde tu propia experiencia personal de "saboreando" o "masticando" con la contemplación general de la fuente de la vida que ha dado a la luz dicho alimento. Esta contemplación amplía la visión inicial de "soy parte de la vida contenida en esta fruta", o simplemente "soy la fruta", incluyendo el conjunto del resto de los sentidos, hasta entrar abriendo la proyección mental dentro de la planta original de la que parte la fruta, con todos sus elementos de vida. Es algo así como si la semilla de la planta física se volviera en forma de boomerang mental hacia sí misma. Se da así una participación con la higuera o la palmera o cualquier árbol frutal... hasta sentir que estás imbuido de sus características que le permiten estar viva. El fruto o la semilla actúa como una especie de cordón umbilical que te reúne con la experiencia de la vida. Mientras estás comiendo su fruto, puedes sentir la acción de los fenómenos exteriores sobre esa planta, que favorecen o dificultan su desarrollo: la atmósfera, las sustancias químicas, el sol, el agua, los animales que han convivido con ella... En este caso, la higuera, exuberante de hojas, recibiendo el empuje del ambiente natural, fructifica dentro de ti y pareces notar cómo la energía del brote rebosa una alegría contagiosa, hasta ofrecer ecuánime un fruto inconmensurable.

Sin duda este debió ser el origen de la doctrina de las signaturas. Los médicos antiguos utilizaban partes de plantas o de animales que recordaban, bien por su forma o por su nombre, ciertas partes del cuerpo humano necesitadas de salud, o ciertas virtudes que había que recuperar.

La planta Hepatica se empleaba para los males del hígado, por la forma análoga de sus hojas. El eminente Galeno estaba convencido de que el cangrejo curaba el cáncer. Más recientes son las flores de Bach, quien eligió una especie del género Impatiens para curar la impaciencia.

Un ejemplo muy conocido aún hoy es el que relaciona las nueces con el cerebro por su imagen parecida. Curiosamente el contenido de aceites omega de las nueces las hacen ideales para nutrir el cerebro y el sistema nervioso en general. Sin duda, el parecido facilita una regla mnemotécnica para asociar la fruta del nogal con los beneficios que aporta a la salud, pero podemos aprovechar mejor esa coincidencia si vamos más allá del mero aspecto cognitivo. Al tomar una nuez, la evocación física del cerebro sirve de puerta para prestar atención a esa zona del organismo. Depende de la persona, el elemento externo podrá causar quizás una sugestión, una inducción subliminal a la tranquilidad con confianza en la fuerza natural del propio órgano, o una activación energética sutil del área afectada. El caso es que incluso Ramón y Cajal realizó experimentos de estas "curas mágicas" con éxito.

Sin duda los antiguos médicos conocían y usaban la unión del cuerpo y la mente para llevar a cabo su magia medicinal. Pero la desconexión con ese conocimiento llevó a convertir la evidencia práctica en una simple teoría o en una superstición.


23 de octubre de 2010

Armonía Divina




La falta de concordancia con la naturaleza va unida a menudo con las críticas sociales: "Las cosas no van bien", "El mundo falla por la corrupción de los poderosos, que se aprovechan, y por la apatía de los menos agraciados, que no se esfuerzan", y cosas por el estilo. Así que hoy casi todo el mundo pretende ser de la clase media, para pertenecer al rebaño de corderos inocentes y libres de pastores. Pero si cada uno se observa a sí mismo con alguna lucidez, descubre un mar de contradicciones y no resulta difícil encontrar los propios errores perversos.


"El que obedece a su vientre obedece al enemigo. Quien obedece a su corazón estará en orden." Algo equivalente (con otros caracteres gráficos) decía hace 4.300 años el Ptahhotep, el libro más antiguo del mundo según los egiptólogos.


La naturaleza nos ofrece un camino que nos ha traido hasta aquí: las raíces de los árboles se han abierto paso mientras sujetan el terreno, los caudales de agua han formado cauces según su propio nivel, el oxígeno se ha infiltrado y mezclado por todos los resquicios posibles, y los seres vivos se han desarrollado con su ámbito para sobrevivir y evolucionar. Formamos parte de un inmenso programa biológico que no respetamos, un programa exquisito que continúa abierto, donde figuran las claves para seguir adelante. Solo podrá ofrecer luz quien encauce esa fuerza íntegra de la vida a través de sí mismo.

Solo puedo ver correctamente a otra persona si tras su apariencia siento la naturaleza de la que ella misma ha brotado. Solo estaré actuando bien si me veo dentro de esta naturaleza intacta.

Ya decían los textos de la sabiduría del antiguo Egipto:

"Seremos un modelo para los otros pueblos y para las generaciones futuras. Si nos conformamos a la Armonía Divina no tendremos nada que temer de los extranjeros ni de los invasores: ellos estarán obligados a adaptarse a nosotros; porque las Leyes Universales son más poderosas que las decisiones arbitrarias de los hombres."


19 de octubre de 2010

Arenas y rocas



Muchas arenas a mi alrededor, siento que formo parte de ellas. A partir de las arenas se van formando las piedras y rocas, hasta finalmente erigirse una montaña. La erosión y el sedimento actúan en sentido contrario y desgastan las rocas y montañas hasta descomponerlas en arena. Las fuerzas de la naturaleza van actuando, por el agua, el aire, el calor..., creando así lo que ha existido a nuestro alrededor.


Mucho antes de entender algunas leyes físicas sobre el comportamiento de los elementos y las moléculas, los hombres ya sentían una inteligencia oculta en esos comportamientos misteriosos que simulaban el caos.


Como hombres, formamos parte de la naturaleza, también somos silicio, cristales y tenemos cálculos en el riñón y en la cabeza. Pero nuestras acciones no están en unidad con todo el resto de movimientos, creaciones y destrucciones naturales, no hay una armonía con esas leyes que rigen el universo.


Si observo quieto y profundamente las arenas moverse, ellas son libres, lo van componiendo todo sujetas al devenir que las dirige, lo son todo sin preocuparse.


Siento que mis entrañas pueden confiar, sentarse en las arenas y volar con ellas por el viento, pueden desprenderse de las orillas de un río, pueden apisonarse ante el peso de las rocas y pueden fundirse por los rayos del sol. Mis arenas pueden así ser libres.

Si lo permito, mi propia naturaleza será libre.



18 de octubre de 2010

Ese poder animal



En un parque del centro de Londres se levantó en 2004 un memorial dedicado a los Animales de las Guerras. El monumento contiene un par de mulas de bronce, un caballo y un perro se alzan sobre la hierba, con un muro donde aparecen tallados camellos, elefantes y palomas. Parece que no han olvidado a ninguno de los muchos animales que han participado en los conflictos bélicos a lo largo del siglo XX. Hay incluso unos diminutos gusanos de luz, que en las trincheras de la Primera Guerra Mundial sirvieron a los combatientes para leer los mapas en medio de la obligada oscuridad. Mucha gente se emociona al descubrir o recordar el papel que todos esos seres irracionales cumplieron en las sangrientas décadas de 1900, ayudando a sobrevivir y vencer a los racionales, los causantes de toda esa sangre, con razón o sin ella.

El mismo 2004 fue el año en que el Parlamento inglés prohibió la caza del zorro con perros. Tiempo atrás, en 1835, había abolido otras manifestaciones de crueldad hacia los animales, como las peleas de gallos y de tejones, o aquella especie de corridas de toros, los bull-baiting, que numerosos británicos del siglo XVIII parecían adorar. Los habitantes de la Gran Bretaña presumen ahora en ir por delante al comprender que nuestra condición de humanos no nos autoriza a martirizar innecesariamente a los animales no humanos.

En nuestro país, incluso un puñado de intelectuales parecen considerar absurdamente sensiblero cualquier atisbo de pensamiento que vaya más allá de nuestro propio ombligo. Las religiones monoteístas están empeñadas en hacernos sentir superiores. Los ángeles se preguntan en ese caso, ¿es moral que el superior abuse del inferior?
¿Sería justo, por ejemplo, que si invadiese nuestro planeta una raza extraterrestre más inteligente, fuerte y armada que la nuestra, se dedicase a esclavizarnos, torturarnos y destruirnos, por el hecho de ser mejores que nosotros?
¿En nombre de qué puedo considerar que dispongo impunemente de ese poder?

1 de octubre de 2010

El escenario de la vida diVIdiDA


Los campos agrarios de labor son hoy el escenario donde se cruzan el potencial de la naturaleza en todo su apogeo con la actividad del hombre saliendo adelante con su civilización. Es pues el escenario donde observar y sentir los contrastes más brutales.

Las franjas confinadas de bosque tradicional son baluartes deliciosos que te acogen cálidamente para entregarte sus esencias de la vida: la flora silvestre con colores delicados, olores persistentes, sabores recios, sonidos tímidos y formas desniveladas. El aire se desplaza libre por la inmensa cúpula a la que se abre la llanura. La respiración es un ejercicio austero por el que tu cuerpo se abre igualmente ante el espacio informe. En lontananza se distribuyen las tierras de labor agraria que hogaño sirven de renta a familias que apenas conservan su carácter rural.

En esta ocasión se divisan tierras casi abandonadas, sus propietarios no las han cuidado, no las han mantenido en vigor, libre de maleza, para que desarrollen su volumen máximo de flores y frutos. No han gastado millones de litros de agua robados del subsuelo para una tierra árida y gastada. Tampoco han repartido los habituales kilos de pesticidas entre sus hojas. Pero eso no es debido a un cambio repentino en la perspectiva de los agricultores, no es que se hayan parado a observar el ciclo natural según las estaciones con la mínima interferencia humana, ni permitido que las plantas sigan su evolución de acuerdo al terreno, flora, fauna y clima. En realidad es debido a unos simples cálculos aritméticos.

Saben que van a pagarles la cosecha por debajo del año anterior, mientras los gastos van en aumento. En consecuencia han preferido descansar antes que perder dinero. Además la Unión Europea les ha ofrecido ayudas jugosas si arrancan la totalidad de sus viñedos, para forzar así la bajada de la producción.

Así pues encuentras tierras que parecen arrasadas por un ciclón, con las raíces de plantas destruidas fuera de los hoyos que las contenían. La sensación de devastación es abrumadora: plantas sacrificadas por centenares y miles, sin otra consideración más que la de no ser rentables en este ciclo económico, en un campo baldío.

Antiguamente estos terrenos fueron bosques magníficos, espesos de encinas y quejigos, engalanados por tomillos y lirios de todos los colores. Gracias a una campaña a largo plazo el bosque fue colonizado, roturado, se fue instalando una sobre-explotación masiva soñando con la pujanza, que ahora ha concluido en una sobre-producción con los precios hundidos.

Un terreno donde siempre ha abundado la vida, representó en su momento la competición mercantil, la guerra del capital y finalmente el escenario de la muerte. Muchos campos de hoy parecen propios de la guerra de nuestros abuelos, cuando sus cuidadores los dejaron para ser soldados lejos en el frente.

En la hora de esta introspección resultó encontrarme un cachorro de zorro, agitando su cola como una enseña pacífica que anuncia concordia. Dura tarea la de sobrevivir en un escaso hábitat acorralado por la tala y la inconsciencia. Paseaba señorial repartiendo dignidad, presuroso y calmo a un tiempo. Ahora pertenezco a su dominio y me avengo a su gracia, me siento bienvenido a esta órbita de armonía y puedo sonreír aplacado.

En contraste, las tierras de viñedo que permanecen boyantes auguran un rendimiento óptimo. Quienes presumen de ser sus dueños trabajan con ahínco en ellas, pero no perciben el aliento de la vida que comparten con ellas, ni valoran la magnífica sencillez desnuda de aquello que se entrega sin pedir ni esperar nada. Son simplemente objetos productores en serie, números que computan en sus cuentas del dinero y del orgullo.

Les servirá para enviar a estudiar a sus hijos, que huyen en masa a la urbe. Pero ¿qué les enseñarán lejos del escenario fecundo donde brota la vida? ¿De qué les servirá aprender el sistema que ya clama en su fracaso?

9 de septiembre de 2010

La madruga


En la noche el cielo sigue su curso,
los astros bailan señalando con su luz los vaivenes del viento
animales y plantas mantienen su ciclo de actividad
mientras las personas duermen inconscientes.

En calma chicha regenera el silencio
al tiempo que sonidos imperceptibles murmuran
que la oscuridad rebosa vida.

Levantándose bien temprano, antes de salir el sol, aprovechando un impulso para salir al ambiente natural y recorrerlo… no se deja espacio para la mente atender pensamientos. El cuerpo actúa sin valorar opciones ni tomar decisiones

En el periplo desperezador acompaña una visión interna de los apariencias: formas de la naturaleza - árboles, cauces de agua, pequeños animales, flores – no son partes de un escenario ideado por la mente humana; al contrario, los objetos que cruzas creados por el hombre, comenzando por la casa que habitas, calles, farolas, surgen de un conjunto contemplado desde dentro. No puede haber ansias por conseguir algo concreto porque todo aparece ya penetrado, está habitado desde ahí mismo. No puede haber miedo porque no existen objetos externos que evitar.

Una expresión popular describe esta vivencia: “era tan temprano que no habían montado las calles todavía”. Así es, no da tiempo a que la mente recree y caiga en la realidad arbitraria convenida y consigue mantenerse a flote sobre la superficie, observando el filo telón de formas, colores, texturas, sonidos, todo conformando una única masa sensorial uniforme.

Todo desprende una luz propia que parece brotar de una fuente común. Esto hace sentirte sobrecogido hasta el extremo, pues adviertes las cosas más comunes como nuevas por primera vez, como desconocidas. No pueden ser aprehendidas de ninguna manera, sino solo penetradas por un espíritu sutil y misterioso.
El mundo externo se reconoce como el propio espacio de la mente, algo misteriosamente familiar y propio.
La realidad es simplemente una gran bola abierta donde están inmersos todos los elementos y solo permanece una conciencia de observar, que es la sensación de estar vivo.

Laderas empinadas, abismos colosales, riscos pedregosos, praderas relucientes, lagunas cristalinas, hoyas empapadas, lagartos huidizos, anfibios saltarines,… todo se desplaza vibrando en la conciencia.

La persona desaparece y pierde todos sus mecanismos de control, ya no puede dominar nada de lo que sucede y se encuentra expuesta a cualquier imponderable que aparezca. No se pueden evaluar posibilidades. Ya no tienes cartas para jugar con que ganar o perder algo, y no tiene sentido defraudar.
Nada puede hacerte daño porque no hay material disponible, ni físico ni mental, al que dañar.
La respiración es un hilo umbilical que compartes con el pálpito de la vida alrededor, pero yo no soy. En algunos momentos pueden aparecer pensamientos, pero la mente no necesita detenerse en ellos para usarlos, son simples reflejos creados por la actividad cerebral sin un significado.

Estás amparado en la esfera universal que todo lo comprende. Al fundir la visión en movimiento con la esfera tú ya no eres separado de lo existente percibido.

Del fuerte desconcierto de base inicial se va instalando una sensación de alivio porque ya lo tienes todo sin tener nada y no necesitas más. Tu historia pasada ha sido un invento ideado por una mente febril. Encuentras la proyección de un niño que ves enfrente pues está dentro de ti, sin edad fijada.

Las ramas de los árboles danzan el juego de la mente lúcida al ocupar y rellenar todo su volumen mientras se va desplazando aleatoriamente a lo largo de sus esbeltas dimensiones.

La mayor emoción se apodera de ti al poder ser libre de dejar pasar cualquier cosa y de experimentar la atención abierta. No necesito cubrir una ilusión con una máscara.
Caminando sobre olas vibrantes me dejo invadir satisfecho. Volando en el espacio recorro el abanico abierto de la imaginación. Ahora experimento estar del revés sin referencia de abajo y es claro que puedo soltar flotando en el éter balsámico que todo lo inunda.

Una vez ya entras en el bullicio del día, es difícil mantener la contemplación estricta, con la presión: “la mente de vigilia necesita entrar para sobrevivir en este escenario”.

3 de junio de 2010

Niño lobo


Marcos Rodríguez Pantoja es conocido en España como un “niño lobo”, aunque ya ha cumplido los 60 años. Cuando tenía 7, su padre lo vendió a un cabrero que vivía en el monte. Un buen día, el cabrero desapareció y Marcos se quedó solo. Pero encontró una nueva familia: los lobos, con los que estuvo viviendo doce años en plena Sierra Morena. Comía lo mismo que los animales, cazaba como ellos, vestía con pieles y aullaba. Era salvaje y libre, entonces ya no era Marcos.

Ahora Marcos recuerda todo su pasado, especialmente el día en que la Guardia Civil lo cazó: «Vi a un hombre con un caballo y me asusté. Llamé a los lobos, pero ellos también se asustaron porque los hombres empezaron a disparar con sus escopetas. Me cogieron y mordí a uno de ellos, así que me metieron un pañuelo en la boca y me ataron con cuerdas. Tenía el pelo por la cintura y vestía con pieles de ciervo. Los animales son mejores que las personas»

Marcos asegura que su reinserción en la sociedad fue muy dura: «Me engañaba todo el mundo. Yo no sabía qué era el dinero. Trabajaba noche y día, pero no me pagaban». A Marcos le costó esfuerzo aprender a comer caliente y acostumbrarse a dormir en una cama. Pero lo que más le costó fue relacionarse con personas y no con los lobos, su verdadera familia. Lo que parece claro es que ya no vive en una tribu como la de animales que le arrebataron. Ahora vive con un matrimonio normal en su casa de Galicia.

Marcos tiene algo en común con el “niño salvaje” de Aveyron (Francia) que inspiró una película del famoso Truffaut. Ambos contestaban que no sentían frío ni deseo sexual nunca. De ahí se deduce que eso lo aprendemos como algo cultural. Sentimos frío porque tenemos calefacción. Puede haber contactos sexuales, pero no con un deseo dirigido.

El tema que más llama la atención es que este niño consiguió sobrevivir sin ninguna ayuda externa. Desde la sociedad se preguntan ¿cómo pudo hacerlo? Eso nos muestra que, como seres humanos, aún estamos a tiempo de reestablecer el lazo que nos une al resto de animales y la naturaleza. Si nuestra conciencia es abierta a la totalidad de la experiencia, por medio de la fuerza de la vida, es suficiente para salir adelante sin necesidad de recurrir a los condicionamientos aprendidos. La cuestión crítica es: ¿cuántas de las cosas que nos han enseñado o hemos aprendido, supuestamente para ser capaces de sobrevivir, son innecesarias o incluso pueden obstaculizar una vida libre?

Además, según su experiencia posterior, su mayor impedimento lo encontró en la incapacidad para entender las leyes y las normas sociales. Marcos no comprende la relatividad de las conductas humanas y no sabe cómo adaptarse a cada situación.

Al igual que ahora Marcos tiene problemas para entrar en la piel de un ser social moderno, tampoco los hombres civilizados pueden entender cómo puede ser una vida salvaje como esa, no pueden imaginar qué es vivir en la naturaleza sin más base que los propios instintos e impulsos naturales. Podemos temblar de miedo ante esa perspectiva, pero también podemos sentir esa vida libre como algo magnífico inherente a nuestro propio ser.

Una curiosidad importante es que, antes de ser capturados, se interpreta el comportamiento en estos casos de niños como se hace con los animales cuando molestan o estorban a nuestro modo de vida social. Se dice que el niño “robaba” alimentos de un cultivo privado, lo mismo que se dice que un lobo “mata” gallinas o corderos en las granjas. Lo interesante viene porque al niño se le hace un juicio moral, como si estuviera transgrediendo las leyes humanas comunes, cuando él puede no tener conciencia del “acto delictivo” que está cometiendo. Si interpretamos y juzgamos una acción moral correcta o incorrecta por la misma mente cognitiva en que se basan las normas establecidas, entonces no podemos exigir que un ser salvaje obre según nuestras expectativas. La cuestión es: ¿Quién ha conseguido desarrollar la conciencia natural unida al ambiente y todos sus elementos? Sintiendo que pertenecemos al mundo natural y como miembros de una familia única de la vida, habrá una verdadera apreciación del valor de aquello que encontremos, no estaremos robando ni matando nada.


Hay una descripción interesante del niño de Aveyron y de cómo intentaron educarle en:
http://www.uhu.es/cine.educacion/cineyeducacion/temaspequenosalvaje.htm

20 de mayo de 2010

Educación ritual



Es interesante observar el origen de muchos rituales religiosos como parte de la educación que han recibido muchas personas desde niños. En la cultura occidental los rituales más conocidos tienen su origen en las tradiciones judías.

Aquí uno puede observar la confusión que se arrastra al respecto de la auténtica identidad familiar o social. Mi propia persona, al igual que bastantes otras que he llegado a conocer, procede de antepasados judíos quienes, en algún momento de la historia española, pasaron a engrosar el núcleo de fervientes devotos del dogma católico. La contradicción reside en que ambas corrientes religiosas enfrentadas proceden de un mismo espíritu en su interpretación de las normas morales a respetar, basadas en los mismos textos antiguos, un hecho que olvidan voluntaria o involuntariamente. A pesar de su origen, mi abuela había incorporado desde su tierna formación infantil el rechazo y el desprecio absoluto hacia los judíos que le habían inculcado. En lugar de reconocerse mutuamente con sus aciertos y errores comunes, ambas corrientes se han denostado a lo largo de la historia como bandos adversarios.

Podemos fijarnos en los 5 primeros libros de la Biblia, los mismos que componen la Torá judía.
La palabra Torá significa "guía para dar en el blanco", y de ahí se ha entendido como "enseñanza, instrucción" o como "ley" en el mundo occidental. En cuanto a lo que nos importa aquí, la Torá contiene todos los preceptos que reunió Moisés, dando un cuerpo doctrinal a las religiones que han sobrevivido en Occidente.

Ese texto proviene de una inspiración divina y su copia requiere de un escriba ritual para respetar las normas sumamente estrictas, pues todos los detalles del texto —desde el léxico hasta la puntuación— se consideran significativos. La Torá contiene un total de 613 preceptos (248 positivos, obligaciones de hacer, y 365 negativos, prohibiciones de no hacer). Los maestros judíos moderados consideran que la cantidad de estos antiguos preceptos que es posible cumplir hoy en día es de solo 297 (77 positivos, 194 negativos y 26 sólo en Israel). Por lo tanto, un fundamentalista estricto con los textos originales nunca podrá ser un judío correctamente en este mundo.

Dichos preceptos judíos incluyen los 7 Preceptos universales que Dios entregó a Noé para la humanidad (sus descendientes que sobrevivieran al Diluvio Universal), y que más tarde se convirtieron en los Diez Mandamientos (el Decálogo del monte Sinaí) que adoptaron los cristianos.

El resto de preceptos son dirigidos al pueblo judío propiamente dicho y sirven para instruirles acerca de su vida cotidiana en todas las áreas hasta en los detalles más ínfimos. Por lo tanto, la educación básica de un judío consiste en aprender ese conjunto de preceptos y en adoptar el hábito sistemático de respetarlos y cumplirlos lo más escrupulosamente posible. Los preceptos explican el modo de mantener la higiene personal, de conseguir y preparar los alimentos, de trabajar y descansar, de cobrar y pagar por los servicios prestados o solicitados, de emparejarse hombre y mujer, de mantener las pertenencias familiares, de prestar socorro en caso de apuro, de ayudarse mutuamente, de hacer un examen diario de conciencia, de ordenar los objetos sagrados, etc. etc.

Un ejemplo claro de los preceptos judíos es la indicación de no preparar ni comer carne animal y leche juntas en la misma comida. Alguna persona puede pensar que este tipo de instrucciones es una superstición tonta o una imposición de las autoridades religiosas. Sin embargo, los expertos modernos en la llamada dieta macrobiótica señalan que los fundamentos judíos para alimentarse y cocinar los ingredientes coinciden básicamente con sus principios y que, según su experiencia, componen la tradición conocida más acertada para conservar la salud. Está claro que los sabios judíos conocían estos extremos y por eso los incluyeron al establecer unas normas de vida.

A la misma conclusión podríamos llegar si nos fijamos en otros preceptos que parecen más morales: no emparejarse con miembros de la propia familia carnal (la genética explica que esto asegura una progenie más sana); o la preferencia de visitar a un conocido enfermo o incluso asistir a un funeral antes que acudir a una celebración festiva. Este último caso persigue el disciplinar a la persona para afrontar los contratiempos antes que holgar en una juerga, y el ser consciente del sufrimiento en la vida.

Es cierto que puede haber algunos preceptos en apariencia inútiles o inservibles para el fin noble esperado, pero también se encuentran otros que serían alabados por una mentalidad más progresista. Por ejemplo, los preceptos judíos permiten el divorcio justificado cuando la convivencia en una pareja se demuestra inviable. También admiten las relaciones sexuales sin necesidad previa de un matrimonio formal público, siempre que haya un compromiso mutuo de estabilidad futura.

Todas estas instrucciones forman parte de un cuerpo disponible para la educación de los nuevos miembros de la comunidad, al mismo tiempo que garantizan una organización eficaz entre ellos. Por desgracia, al instaurarse como religión histórica los preceptos judíos cayeron en un ritualismo rígido y en un formalismo excesivo, con frecuencia alentados por los propios maestros instructores, perdiendo así el espíritu de la ley y sustituyéndolo por imperativos morales externos.

Fuera de las polémicas por la historia cultural, lo cierto es que el ser humano requiere atenerse a una disciplina interna para permitir el desarrollo natural de su intención y comportamieto, y evitar sus inclinaciones perniciosas hacia la confusión, la hostilidad o la codicia. Las generaciones anteriores sabían que, una vez superadas estas dificultades, la persona puede conectar con sus impulsos internos sanos para la supervivencia.

En cambio, observando a los animales nos podemos dar cuenta de que ellos no necesitan ser guiados ni tener en cuenta ningún tipo de precepto fuera de la naturaleza. Cuando despiertan en la mañana, realizan sus estiramientos y lavados sin que nadie se lo recuerde, y respetan la alimentación y el emparejamiento conforme a sus instintos naturales de supervivencia sin necesidad de ser educados o vigilados moralmente.

Es por eso que los animales no sufren nuestros problemas con la educación ritual.

18 de mayo de 2010

El arte al servicio de la conciencia



Antoni Gaudí es uno de los reclamos mejor aprovechados por la ciudad de Barcelona para atraer a tantos turistas como la visitan continuamente. El arquitecto catalán hizo gala en su vida de un genio artístico y capacidad de trabajo que le han valido el reconocimiento mundial, cuyos pasos han seguido una cadena de imitadores en rincones de muchas construcciones recientes.

Con la edad Gaudí fue desarrollando su talento artístico principalmente orientado hacia la expresividad de una visión espiritual unida a la naturaleza.
Por un lado las formas se hacían orgánicas al integrarse en los elementos naturales del ambiente en que se construían. Por otro lado los elementos arquitectónicos parecen levantarse incansables como símbolos que permiten ser más conscientes de la naturaleza que todo lo impregna alrededor.

Todo ello lo lograba Gaudí gracias a una desordante libertad creativa y a una estética basada en su fecunda imaginación. Un arquitecto corriente se atiene a una disciplina calculada para resolver problemas técnicos de construcción, basada en unos modelos ya probados y estudiados por otros antes que él. Pero en el caso de Gaudí, la construcción no era una disciplina limitada tanto por ideas preconcebidas, ni condicionada por un estilo formal. Por eso renunciaba a trazar líneas rectas y polígonos regulares, las dimensiones (tamaños, alturas, pesos...) no se repartían en cantidades discretas, sino que eran compartidas orgánicamente por la estructura íntegra. Todo esto lo aprehendía en la observación de las formas desarrolladas en la naturaleza. Su pregunta implícita era: "Si la naturaleza ha podido hacer crecer estructuras orgánicas de formas irregulares, en la que me incluyo, ¿puedo desarrollar una obra de formas análogas a través de mi facultad de la conciencia?". Esto no era una especulación intelectual sino que salía de una vivencia interna. Desde ese punto de partida, se lanzaba a intentarlo.

Una prueba de sus auténticas dotes de artista era que casi nunca necesitaba componer sus proyectos sobre el papel, ni siquiera dibujar planos, le bastaba con visionarlos ya tridimensionales en su mente. A partir de ahí era capaz de improvisar sobre la marcha, lo que equivale a no adelantar las decisiones en base a decisiones mentales cognitivas sino aguardar que la propia obra demandara la solución adecuada. Esto contrasta con la actitud más corriente de calcular los riesgos que se corren al diseñar un proyecto y tener previstas las soluciones muy detalladas a tomar en cada caso.

Una muestra magnífica de su obra está encarnada en el Parque Güell de Barcelona. La intención al proyectar este recinto era disponer de unas magníficas viviendas inmersas en un entorno natural al mismo tiempo que sus habitantes mantenían una conciencia activa en su vida cotidiana que les haría elevar su visión del mundo hacia algún grado de perfección interior. Esto puede entenderse mejor si uno pasea muy atento por el Parque y no es despistado por las hordas de visitantes distraidos de dicha esencia.

Los mosaicos modernistas y los diseños complejos más elaborados que encontramos no pretenden ser una ornamentación artificiosa; al contrario, apuntan sencillamente a la imaginación pura de la que brotan. El aspecto de los paramentos y forjados, además de los materiales, procuran mostrar con una simple desnudez sin engaños lo que sujeta la estructura constructiva.

Por ejemplo, cuando pasas bajo los viaductos de columnas rocosas, puedes sentir la experiencia de tu cuerpo-mente penetrando los fundamentos que sustentan el paso superior. Y cuando pasas sobre el viaducto, puedes sentir que estás siendo sustentado por la estructura rocosa que tienes bajo tus pies, que cumple así su función perfecta. Así es como consigue envolverte en una asombrosa gratitud hacia todos los elementos que permiten esa vivencia, incluido la conciencia que lo proyectó originalmente.

Cuando el promotor advirtió al arquitecto en su momento que el proyecto no sería viable económicamente, aun así intentó continuarlo por todos los medios. Finalmente él mismo se arruinó y llegó a vivir como un mendigo, renunciando a otras ofertas sustanciosas que le llegaban. Pero él continuó su trabajo por la vocación interna que le impulsaba.

Gaudí vivió absorbido en entregar una herencia artística claramente como una tarea continua para la especie humana, aunque él mismo no tuvo descendencia.
Su misión declarada era colaborar en un despertar en la conciencia, compartiendo sus propios descubrimientos por el bien de todos. Por desgracia ahora el turismo masivo solo acierta a sacar fotos de lo que les parece bonito, y se pierde así el mensaje y la intención subyacente en un esfuerzo heroico. Pero así no se consigue mantener viva la conciencia del artista que procuró además ser humano.

14 de mayo de 2010

Los niños y la conciencia




Carmina y Fidel eran dos niños latinos con una historia difusa, adoptados por una pareja de españoles. Sabiendo que no eran sus padres biológicos y sin pretender engañarse al respecto, éstos querían dirigir todo su esfuerzo en dotar a los niños del bien que consideraban más preciado: una buena educación. El papel de responsables lo sentían sobre todo con una idea casi obsesiva: los niños necesitaban su apoyo para salir adelante, y se preguntaban cómo hacerlo mejor. De esta manera, comenzaron un periplo de consultas a amigos y educadores para saber cómo alumbrar su noble intención.

Normalmente se entiende que la educación consiste en la transmisión de conocimientos y actitudes, lo que también puede apuntar a unos valores morales.
Por el bien de los niños se les dijo a sus responsables que necesitarían desarrollar en ellos habilidades que les permitan manejarse bien en este mundo. Aquí surgió la pregunta: ¿cuál es la actitud de base que orientará su comportamiento? Depende de cómo respondieran a esa pregunta, estarían programando la mente del niño con unas instrucciones u otras. La actitud a cultivar podía ser: “Yo tengo que valerme por mí mismo”; esa consigna por la que esforzarse suele ser la principal medida del éxito personal. Ahí es donde volvieron a toparse con su idea repetida pues, para salir adelante, Carmina y Fidel necesitarían el apoyo mutuo de algunas personas en su entorno, para intercambiar favores o ayudarse en conseguir sus propios objetivos. Esta ayuda es la que entenderían los adultos cuando les apoyaran con medios materiales o afectivos. Cerraron su ronda de contactos con la conclusión de que la educación se resumía en una idea como esta: “Son necesarios recursos de todo tipo para desarrollar capacidades cognitivas y emotivas para la auto-supervivencia”. En apariencia habían llegado al mismo punto de partida, inspirados ahora por algunas reflexiones más formales.


El problema residía entonces en la falta de una visión y comprensión de conjunto en cuanto a la supervivencia se refiere. A pesar de sonar a verdad de perogrullo, lo cierto es que el ser humano forma parte de la naturaleza completa y la necesita para continuar existiendo. Un sistema de vida sin una visión así nunca será sostenible. ¿Y cuál es la principal aportación del hombre en el conjunto del ambiente natural? La conciencia, por supuesto. A través de ella es como el ser humano puede participar activamente en la vida haciendo uso de sus plenas facultades. También a través de ella es como puede desarrollar el niño cualquier capacidad natural, siempre manteniendo la conciencia íntegra como base.

Por lo tanto, la cuestión clave era: ¿cuál es el mejor fruto que Carmina y Fidel pueden recibir de sus cuidadores?, ¿y el mejor apoyo para su educación? Sin duda la conciencia de la naturaleza, de su existencia viva y de la integración de todos sus elementos. Pero es algo más profundo de lo que parece: se trata de la conciencia natural de estar vivos, de sentir la fuerza de la vida, lo que permitirá estar conectados y ser impulsados por ella.

Lógicamente la preferencia era que Carmina y Fidel fueran lo más libres posible, pero ¿qué relación tiene esto con la conciencia? Quizás se trata realmente de gozar de una libertad de conciencia. La conciencia es lo único que nos puede garantizar la verdadera libertad. Pero esta conciencia no es un ente individual exclusivo para la auto-supervivencia, sino que ella misma está abierta a todos los seres de la naturaleza. La conciencia está realmente viva solo cuando se ejercita conteniendo al resto de aparentes seres vivos y participando del conjunto unificado en una conciencia universal.

Si Carmina ve un grupo de animales salvajes, puede entender los mecanismos de supervivencia que comparte con ellos. Si Fidel se acerca a una planta silvestre, puede sentir el mismo programa básico en la fuerza de la vida que actúa dentro de él. En el caso de otros seres humanos, la conciencia se desarrolla a través del contacto con otra aparente conciencia separada para así reconocerse a sí misma a través de su propio reflejo.

De esta manera, la pareja española no solo educaría a Carmina y Fidel, sino que estarían ayudando a desarrollar la conciencia que surge de la propia naturaleza en general. Su propia conciencia entraría en un proceso de apertura para incluir a los nuevos miembros de su familia, apoyarían el crecimiento de la conciencia en los niños y éstos a su vez podrían llevar la antorcha a otros, ampliando el círculo cada vez más hasta incluir a todos los seres dispuestos a vivir plenamente libres.

12 de mayo de 2010

Profesor y barrendero



Hace 25 años, cuando yo era un niño, nuestro país vivía un idilio sin precedentes en el que las personas soñaban con hacer prosperar a sus hijos gracias a las deslumbrantes perspectivas de la educación que había empezado a despuntar. Antes de entrar en el paroxismo de la boyantez económica, toda la confianza estaba depositada en la educación para conseguir ascender en la escala social y poder conectar a la propia familia, por muy humilde y analfabeta que hubiera sido, con el mundo civilizado de una vez por todas.
Esta euforia contenida pronto degeneró en una carrera alocada por situarse en la sociedad bien rodeado con un buen trabajo, y la primitiva inocencia descubrió que ya no era tan decisiva la formación humana para destacar y tener éxito. Bastaba con tener las ideas claras y concentrarse en los objetivos deseados, a partir de ahí el suculento maná ya no dejaría de manar.

Pero en esos primeros tiempos del despertar de la educación universal en este país lastrado por la incultura, todo eran buenos augurios. ¡Qué triste decepción ver que hoy esos mismos profetas han rebajado sus expectativas conformándose con situarnos a la cabeza del deporte profesional mundial!

Hubo un tiempo en que la figura del profesor o el maestro local, como tradicionalmente se le conocía, gozaban del mayor prestigio y admiración posible. Estaban por encima del médico, el sacerdote y el juez de paz. Y por fin llegó el momento culminante en que todas las casas de los pueblos y aldeas de este país consiguieron colocar a sus ocupantes en alguna escuela o colegio, aspirando así a la gloria popular que los antepasados habían visto pasar de largo.

Recuerdo a mis profesores de entonces haciendo cálculos sobre cuántos estudiantes suyos conseguirían coronarse como titulados superiores, sembrando ya así el espíritu de la competencia feroz entre compañeros.
Un lema que repetían a diario era: “estudia más para no acabar siendo un barrendero”. Debe de ser por eso que inconscientemente llegué a sentirme superior a los barrenderos que me cruzaba por la calle.

Hoy las cosas han cambiado. El oficio de profesor ha caído en picado hasta llegar al descrédito social e incluso al escarnio público. No es raro escuchar voces poco amistosas entre los padres de alumnos contra un profesor que no ha valorado a su hijo conforme a las aspiraciones que él mismo tiene.

Al mismo tiempo, he conocido algunos jóvenes que ahora estarían satisfechos por ser contratados como barrenderos o basureros. Pero antes de llegar aquí, yo ya había reciclado la basura que mis profesores habían barrido hasta mi cabeza. Me había dado cuenta de lo tranquilos que paseaban los barrenderos por los jardines urbanos, como pastores guiando un rebaño de cubos de limpieza. En todo caso, manteniendo el ánimo más alto que los profesores de hoy día, sin sufrir su estrés y sin problemas de autoridad con las plantas del parque. Esto lo descubrí compartiendo el tiempo al aire libre con ellos y su plácida dignidad, alejados de los currículum y las estadísticas, hasta que aprendí de los barrenderos lo que mis profesores no habían querido enseñarme: el valor de reconocer la propia humildad y de poder ganarse la vida desde la sencillez de no pretender impresionar a nadie.
El barrendero se convirtió así en el profesor de mi segunda juventud.

9 de mayo de 2010

El orientador sin brújula


Cuando conocí a Alberto en seguida me di cuenta que era un chico excepcionalmente despierto e inteligente, pero algo le impedía seguir adelante. Empecé por escucharle con atención porque necesitaba desahogar la tensión que llevaba encima. Entonces me contó que las cosas habían ido bien en sus estudios hasta que apareció el orientador justo un año antes.

El orientador es un profesional que los centros de enseñanza secundaria han tenido que agregar a su plantilla por exigencias del nuevo reglamento educativo del Estado. Normalmente se trata de un psicólogo o pedagogo con alguna experiencia en el campo de la educación. La misión del orientador es ayudar a los jóvenes estudiantes a decidir un futuro provechoso y a optimizar su tiempo de estudios. Pero entre los compañeros de estudios rápidamente se extendió la costumbre de llamarle el desorientador.

En estos tiempos hay pocos jóvenes que saben lo que quieren hacer en su vida, menos aún que conocen su temperamento, sus inclinaciones y la función que su propia naturaleza les llama a ejercer en una comunidad humana. Pero es raro que estos orientadores corrientes ayuden a realizar esta necesidad con ellos, más bien se dedican a analizar estadísticas que luego pretenden implementar en sus dominios.

El caso de Alberto era una excepción porque se veía feliz siendo pronto un médico. Había desempeñado pequeños trabajos en comercios o atendiendo personas mayores, pero donde se encontraba más cómodo era como jardinero. Hacía tareas intensas de ordenación, recuperación y trasplante de plantones, y se alegraba mucho al ver cómo los tallos pronto respondían a su intervención y salían adelante. Tenía que arreglárselas para convencer al dueño del jardín sobre cómo cuidar bien sus plantas y para que cambiara algunas costumbres perjudiciales para su desarrollo. Eso era lo que más le hacía sentirse vivo a Alberto.

Me confió cómo descubrió así que en su vida quería hacer algo parecido centrado con las personas, ayudarlas a recuperar su salud y que salieran adelante a pesar de sus hábitos malsanos. Esta pretensión contrastaba con una cierta aversión que no podía resistirse a mostrar hacia todo aquel que provocaba algún tipo de daño en otra persona, por diminuto que fuera.

Su entusiasmo juvenil le había desbordado y en aquella época trabajaba sin descanso, al mismo tiempo que continuaba sus estudios con éxito y sin ninguna dificultad. En ese momento apareció el orientador en el centro escolar y les obligó a responder un test de habilidades cognitivas. El resultado del test fue comunicado con la frialdad de un análisis químico: según los psicólogos Alberto no reunía las características necesarias para orientar su futuro hacia ser un médico. En ningún momento intentaron contrastar el pronóstico del test con la persona orgánica en vivo, se dio por hecho la precisión analítica y se refrendó por escrito ante sus tutores legales que lo mejor para el futuro de ese joven era encaminarle lejos de su vocación.

No acierto a comprender qué criterios se emplean para esos test, pero sí puedo asegurar que el muchacho tenía la motivación correcta para ser un buen médico, desarrollando el sentido pleno de su vida y de los demás.

Contra la sentencia de las autoridades educativas Alberto apenas disponía de herramientas alternativas ni tenía fuerza él solo para argumentar o para creer otra cosa.
Esto le ocasionó un obstáculo insalvable y contradictorio que le sumió en una larga apatía. Los estudios se resintieron hasta que llegó a suspender el curso. Finalmente no consiguió superar los exámenes de acceso a la Universidad porque no se sentía bien dispuesto para ellos. Cuando escuché la historia con su propia voz estremecida por el dolor, me di cuenta que estaba ante el fracaso de la humanidad entera, incluido el mío propio. No encontré nada a mi alrededor -ninguna promesa y ningún logro- que pudiera compensar lo que ese ser humano había perdido.

Hoy Alberto está buscando un trabajo e intenta mantener viva la llama para entrar algún día en la Facultad de Medicina, pero no es fácil creer en uno mismo sin el apoyo de su entorno. Ahora tiene muchas dudas sobre qué hacer en la vida. Una vez hemos roto la conexión interna con la vida, no es tan evidente descubrirla en los demás.

Parece que el orientador también se había orientado mal a sí mismo. Pero más allá de las estadísticas, cada uno solo puede encontrar la plena certeza si está bien encaminado gracias a su propia voz interior.

7 de mayo de 2010

La verdad de Don Quixote




Cuando abordo la realidad aparente desde mi cognición, estoy interpretando todo lo que recibo. De esta manera, compruebo si los datos exteriores coinciden con mis conceptos memorizados previamente o con nuevas expectativas. Si hay coincidencia, digo que los datos son verdad; de lo contrario, digo que son mentira. Incluso desplazo la etiqueta de verdadero o falso al objeto mismo de mi experiencia empírica; así pues, cualquier cosa que me defraude es algo falso para mí.

Siempre me ha parecido graciosa la disputa sobre dónde vivió Don Quixote; hoy sé que es absurdo. Cada año aparecen nuevas pruebas convincentes para demostrar que Don Quixote existió en la realidad, con nuevas hipótesis para encajar geográficamente un relato de peripecias radicadas en la mente de Cerbantes.

Pero realmente ¿qué importancia tiene que una cosa del mundo relativo haya existido o no, sea verdad o no? El trasvase entre la realidad física y la mental se mantiene por una frontera arbitraria que puede servir únicamente a efectos descriptivos. Incluso la ciencia cuántica la ha cuestionado.

Cuando abordo la naturaleza formando parte de ella, cuando soy un ser vivo interactuando con el conjunto de la vida y las fuerzas que la rigen, no puede haber interpretación mental posible. No existen pensamientos de verdad o mentira. Las cosas son lo que son. La naturaleza sigue unas leyes que se definen por sí mismas, no hay legisladores ni inspectores para vigilar la oportunidad de esas leyes naturales. Por lo tanto, la naturaleza no puede mentir, no miente nunca, siempre cumple con su propia existencia necesaria.

En la historia de Don Quixote aparece un refrán: “Uno es engañado solo si se deja”. En este ámbito, si pensamos que algo nos miente, es nuestra propia mente quien detecta esa mentira y decide que es tal. La verdad cotidiana es definida exclusivamente por criterios mentales y el juez es la propia mente; por lo tanto, debería acusarse a sí misma de ser la gran defraudadora y de no haber encontrado como reales las expectativas o las correspondencias creadas. Porque la clave de verdad o mentira solo nace del mismo lenguaje humano.

Hay otras cosas interesantes sobre la historia de Don Quixote. Los académicos han trabajado duramente en los años recientes para establecer la versión auténtica del texto. Cerbantes se reiría mucho de ellos. Él iba viajando llevando sus papeles sueltos garabateados sin numerar, perdía unos capítulos de la historia, los cambiaba por otros, los mezclaba de orden,… escribía la misma palabra cada vez con grafías diferentes, le cambiaba el nombre a los personajes sin avisar… Incluso la primera edición original está plagada de erratas suscritas por el mismo brazo manco. ¿Cómo podemos definir la versión auténtica de un texto que ha sido revisado y modificado intencionadamente por una sucesión secular de editores y que apenas conserva alguna palabra escrita como en el original? Es que nunca existió algo fijo que pueda ser el original.

Personalmente me siento más libre si lo veo así tal y como fue.

Por cierto, Cerbantes siempre escribió su nombre con b, pero en las escuelas actuales se empeñan en obligar a escribirlo con v. Otro curioso juicio sobre la verdad relativa. Si la escritura de una letra en una palabra se ha corrompido con los siglos, entonces si acaso la verdad estaría en su forma original. Pero los académicos, como todo hombre civilizado que se precie, se esfuerzan por defender la verdad de la mentira junto con la mentira de la verdad.

5 de mayo de 2010

¿Por qué nos mienten los árboles?



Dando un paseo por un gran parque me he encontrado con un grupo de niños que seguían a un joven monitor. El monitor pertenece a un novedoso programa de educación ambiental promovido desde el gobierno. Este programa es presentado como un gran avance de la civilización, que pretende acercar el mundo natural a las personas residentes fuera de él. Ante el encuentro inesperado me he permitido sentir la misma curiosidad que veía en los rostros infantiles por saber qué es lo que nos puede enseñar el ambiente natural. Claro, en este caso filtrado por ese joven monitor como representante de las instituciones sociales. Una parte de su discurso ha sido algo así:

“Bien, niños, ahora vamos a acercarnos a ese árbol de ahí, que se llama Castaño de Indias, y os voy a descubrir todas las mentiras que nos está diciendo. Primera mentira: no viene de las Indias, en realidad lo trajeron de los Balcanes. Segunda mentira: aunque se llama castaño, en realidad no tiene castañas porque sus frutos no son comestibles. Tercera mentira: antiguamente lo llamaban Hippocastanum que significa “castaño de caballos”, pero no tiene nada que ver con los caballos; en realidad extraían un aceite de él para atender una enfermedad que tenían los caballos. Pero esto no es todo: además de estas tres mentiras, el castaño también nos quiere engañar de otra manera. Fijaros en sus hojas que parecen como las palmas de un pato: ¿cuántas hojas tiene cada rabito?” Los niños responden: “cinco”, “siete…”. “Pues no, el castaño os ha engañado otra vez. Los científicos llaman peciolo al rabito, y según su clasificación cada peciolo solo puede tener una hoja; así que, aunque parecen hojas separadas saliendo del mismo rabito, en realidad forman una sola hoja”.

Escuchando la disertación yo me sentía como uno más de estos niños absortos, al mismo tiempo que observaba sus reacciones. Ellos intentaban asimilar todo lo que escuchaban pero no acababan de entender el concepto que acababa de entrar disimuladamente en su cabeza, ¿por qué nos mienten los árboles?

El niño ha leído primero un cartel informativo donde figura el nombre del árbol: Castaño de Indias. Después el árbol, con su presencia orgánica, está contradiciendo a su propio nombre, y a los conceptos de los científicos. Pero el monitor, quien representa la autoridad del conocimiento humano, le quita la razón al árbol mentiroso para dársela a unas palabras que son una mera construcción mental. Cualquier persona, sin necesidad de haber acudido a una Academia o a un Liceo, puede preguntar de inmediato: ¿es mentira todo lo que no concuerda con nuestras ideas?

Este hecho real quizás le parezca una anécdota graciosa sin importancia a la mayoría de las personas. Pero internamente siento que un detalle así vivido tiene una gran trascendencia.

¿Qué está haciendo esta educación ambiental en la mente del niño? Está creando una desconfianza de base en los elementos naturales y está reforzando el apego a las palabras. Curiosamente para el hombre la naturaleza le miente si no cumple escrupulosamente las expectativas mentales encerradas en unas palabras arbitrarias. Así es como pretende encerrar y condenar a la naturaleza, no solo de forma física.

No he podido evitar sentir un estremecimiento cuando veía alejarse al grupo de niños. Inmediatamente he imaginado hacia dónde puede conducirnos este método absurdo de pensamiento. Quizás en el futuro existan tribunales para decidir sobre quién miente en este mundo. ¿Podrían acusarme de no comportarme estrictamente según los nombres y adjetivos que un vecino decida inventar para mí?

El monitor está perdiendo una oportunidad preciosa con los niños, de relativizar el uso de las palabras y entrar más profundamente en una relación natural con el ambiente, observando la sabiduría de las leyes que lo gobiernan para sobrevivir en cada circunstancia.

Porque como un niño puedo sentir una decepción fundamental que me quiebra: están rompiendo sistemáticamente la conexión básica con la naturaleza inocente, me están invitando a alejarme de ella porque ella va a defraudar algunos conceptos. ¿Por qué nos mienten?

22 de abril de 2010

En presencia de los vegetales



Estar en presencia de los seres vegetales me permite una experiencia íntima con la naturaleza conjunta a través de ellos. La naturaleza que somos, que soy y que es, sin divisiones y sin categorías.
Es cierto que los animales también pueden proporcionarte una profunda experiencia en este sentido, pero en algunos casos es más difícil desligarse del condicionamiento social o creencias mentales en su presencia. Y más en el caso en que los propios animales hayan sido condicionados socialmente por sus cuidadores. Sin embargo, los vegetales no parecen susceptibles de estas limitaciones externas y, aun en medio del fragor urbano más vertiginoso, pueden permanecer desplegando su forma externa desde su propio programa interno inmaculado de crecimiento y desarrollo.

Cuando trabajas con las plantas, también sientes que estás trabajando con algo interno tuyo. Entonces cobran un sentido especial algunas frases recurrentes como:
“Desenreda la maraña de zarzas en tu mente” o “saca de raíz la maleza y quémala” o “corta las partes excedentes de la planta para que se regenere su fuerza”.

El intentar desenredar la maraña de tu mente, pongamos por ejemplo, en una consulta terapéutica de una gran ciudad, no tiene nada que ver con permitir que se vaya desenredando mientras estás cortando los hilos y ramas de las zarzas en una superficie rural. En este caso, puedes comenzar por ver la proyección de tu propia maraña mental en la maraña de la planta, después se puede invertir la percepción y darte cuenta de que la maraña vegetal que ves no es más que una interpretación mental a partir del reflejo de tu propia ofuscación interna; hasta que, conforme tu cuerpo va cortando y eliminando los enredos en la planta con una plena atención a sus movimientos sin permitir la interrupción de los pensamientos cognitivos, llegas a sentir que el propio sistema en su conjunto es capaz por sí mismo de actuar correctamente haciendo desaparecer todo el enredo presente.

Sucede algo análogo cuando estás sacando la maleza del suelo y la amontonas para quemarla. Ves que la maleza está consumiendo la energía que podría alimentar a otra planta, y algunos pensamientos o acciones están consumiendo tu energía que no llega así a la raíz de tus impulsos naturales.
También cuando estás podando unos árboles o plantas arbustivas, ves que la parte más joven puede ser revitalizada si prescindes de la más agotada; y sientes que la actividad mental descontrolada está distrayendo tu atención de las acciones rectas que puedes llevar a cabo.

Hay muchos ejemplos y cada persona puede tener su propio momento de introspección con la naturaleza, no necesariamente en un estado pasivo de “contemplación” (un término denostado en Occidente), sino también en medio de una actividad física o de laboreo.

Con estas experiencias con los vegetales la percepción se clarifica, trasciende los ciclos de pensamientos cognitivos y disuelve muchos obstáculos que impiden reaccionar y relacionarte limpiamente desde dentro con el entorno.

La estación de la primavera es un momento excelente para practicar con los vegetales. Es fascinante observar cómo van evolucionando los sistemas de fecundación en las flores de cada tipo de planta, y cómo los animales cumplen perfectamente su función en el proceso, tales como los insectos polinizadores.

Las personas religiosas celebran el mes de mayo como el mes de la virgen María, ofreciéndole flores todos los días. No en vano, la flor es el símbolo real de la reproducción en toda su pureza natural. Así puedes advertir este misterio grandioso en medio del ambiente, algo que puede llegar a sobrecogerte en medio de todo.

14 de abril de 2010

Vivencias sin la civilización


Pasar temporadas separado de la civilización me ha aportado unas vivencias agradables y muy útiles en mi camino de descubrimiento y mi propio desarrollo. Estar en contacto más directo y continuo con un ambiente natural me abre un escenario radicalmente diferente y difícil de imaginar si no lo hubiera probado por mí mismo.

Por un lado, el no contar con elementos materiales habituales que “facilitan” la vida y que funcionan para la comodidad, la seguridad y el sentirse parte de algo, me obliga a valerme por mí mismo en unos márgenes más amplios de a los que estaba acostumbrado. Esto conduce a descubrir una libertad de maniobra paradójica, pues en un principio puede parecer que renunciando a la civilización te condenas a ti mismo a todo tipo de limitaciones.
Para ello tienes que superar el temor o resistencia contenida en la advertencia implícita de los que dejas atrás: “cuidado porque puedes perder muchas cosas irrecuperables”.

Y es que uno de los peores “insultos elegantes” que se puede decir socialmente de alguien es que “está sin civilizar”.

En un entorno natural, por otro lado, los patrones de pensamiento subliminales que están arraigados inconscientemente salen a la superficie y pueden ser superados con más facilidad, sin necesidad de pasar por luchas conflictivas internas. Esto último es lo normal dentro de la civilización, se aceptan las “tentaciones” de la Identidad como parte del paisaje mental urbano o del espectro personal de “estar madurando” en un balanceo pendular entre rendirte o resistirte a ellas. Estos procesos van creando una red de tensiones internas que, con suerte o con desgracia, llegan a manifestarse en algún momento aunque antes no fueran evidentes.

Así pues, una vez libre externamente de muchos condicionamientos, puedes adentrarte en el trabajo interno de liberarte de los procesos mentales asociados. Recuerdo con nitidez algunos momentos de estancias en el campo cuando surge una sensación viscosa del edificio mental soportado como una carga y que inmediatamente identifiqué como material de las llamadas "neurosis". Este material es inherente al ser humano socializado, del que pareces no tener escapatoria, por lo que me produjo una grata sorpresa el comprobar que, tras la maleza, se podía abrir una verja hacia un nuevo espacio inmenso. ¡Todos los problemas y preocupaciones son inventados por mi propia mente!

Además las vivencias con elementos naturales producen un cambio progresivo en la percepción hasta llevarte a las puertas de un gran asombro que te hace recuperar una vibración energética y sensación de fuerza propia de la vida.

Puedes sentir así un contacto más real directamente con las cosas.
En un momento dado, empiezas a descubrir que la naturaleza es tu hogar, entiendes que esto es real más allá de las palabras porque lo sientes por ti mismo. La naturaleza no es una cosa externa que está "ahí fuera", todo el ambiente que observas eres tú mismo, tú no eres nada separado de lo demás. Claramente experimentas un cierto carácter sagrado en la percepción de las plantas, las rocas, los animales, el curso de los elementos naturales... Un suelo tupido es una alfombra acogedora, los arroyos son fuente de una sintonía viva, las montañas son cúpulas de un templo supremo y los árboles son columnas orientadas en un santuario sin muros cerrados.

Así descubres que el resto de seres vivos están compartiendo el lugar y la vida contigo, no son intrusos ni depredadores ni víctimas... son una sola vida entre un mismo cielo y una misma tierra.


11 de abril de 2010

Experiencias virtuales




En estos tiempos abundan en el mercado globalizador un tipo de productos que ofrecen aprendizajes personales sobre distintos elementos del ambiente natural. Los más famosos se anuncian por los medios audiovisuales masivos. Por ejemplo, existen programas de televisión que ofrecen enseñarte a cantar, otros a bailar, a hacer magia, a resolver crímenes por tu cuenta, a seducir mujeres u hombres, o a entrenar perros (todo ello alcanzando cualidades destacadas). Resulta así que por televisión se puede aprender todo lo imaginable con solo mover un dedo y matar las horas ante una pantalla; incluso aprenderás a sobrevivir en las situaciones más hostiles del medio natural sentado en tu casa. Pretenden desarrollar así tus capacidades y tu potencial, en suma se presentan como programas educativos. Esto facilita mucho su atractivo y aceptación al darle un cierto tinte de prestigio social, al mismo tiempo que conservan dosis de emoción, riesgo,…

En la mayoría de los casos estos productos suponen una aproximación a elementos naturales ajenos sin dejar nuestra rutina cotidiana en la civilización y por supuesto sin alejarse del punto de vista habitual.
Por eso raramente resulta un programa realmente instructivo, y suele consistir en sustitutos de las verdaderas experiencias que harían crecer a la persona.

Es curioso hasta dónde llevan las cosas usando la TV, ya ni siquiera se guardan las formas de cortesía, pues utilizan trucos y trampas a la vista y ni siquiera sienten necesidad de justificarlo... te presentan una supuesta supervivencia cuando realmente están elaborando un simple juego de aventuras medidas y aprovechan cualquier tecnología de punta ajena cuando la necesitan…

De todas formas es una pena que disponiendo de un buen material interesante para hacer un programa de TV donde se pueden aprender cosas útiles para ser aplicadas, se eche a perder de esta manera. Les dan un ritmo artificial precipitado, encadenando una secuencia con la siguiente y conversaciones sin parar ni un segundo para respirar. Así las ideas importantes se pierden en una maraña de palabras e imágenes veloces y sucesivas. El efecto (probablemente buscado) en el público es un aumento de intensidad del estrés o ansiedad por expectativas que se va cortando momentáneamente para volver a empezar sin descanso, esto crea un enganche adictivo. Alguien ha llamado a estos trucos del marketing psicológico el coitus interruptus aplicado a la TV (en realidad es una serie encadenada), como un sucedáneo de la realidad que deja insatisfecho pero te hace buscar más y más cada vez.

Aparte está el auge de las relaciones virtuales a través de las redes de computadoras, una auténtica plaga entre los más jóvenes.

El problema es que la persona queda así atrapada en una falsa sensación de estar aprendiendo algo, de estar dominando algo, o simplemente de estar viviendo algo, pero estas actividades pasivas nunca pueden sustituir a las auténticas experiencias que se está perdiendo, en contacto con los elementos naturales, con otros seres o con un reto que requiere esfuerzo y transformación personal.

Al encontrar iniciativas de este tipo me pregunto: ¿Hay en ellas un verdadero interés por enseñar, con todas las implicaciones que ello conlleva? ¿o solo forma parte de un marketing centrado en uno mismo, en el ego del promotor y en el de su audiencia? Para completar un desarrollo personal efectivo necesitamos muchos más ingredientes: un seguimiento particular, responsabilidad, compromiso…

Después de regodearte en una orgía de experiencias virtuales, ¿adónde nos han llevado?, ¿dónde están las verdaderas experiencias?

6 de abril de 2010

La necesaria convivencia


En estos tiempos que corren encuentro pocas personas creciendo en contacto con el ambiente natural, incluso es raro el pasar mucho tiempo al aire libre.

Las migraciones masivas de la población rural a las ciudades ha creado la forma moderna de vida humana encerrada en espacios urbanos habitualmente no concebidos para ello. El resultado es que los hombres parecen permanecer hoy día en un estado de aislamiento efectivo respecto al resto de la naturaleza viva. Este aislamiento tiene muchas dimensiones: comienza con un aislamiento físico determinado por las distancias y las barreras que separan las viviendas humanas entre sí y del campo, los bosques y las montañas con todos sus elementos naturales (animales, vegetales, minerales, aire, agua, tierra…); hay un aislamiento psicológico, pues la mente de las personas se sitúa muy alejada de la existencia real de todos esos elementos naturales, sin apenas dedicar alguna energía en sus pensamientos hacia todo ello. Y sintetizando a partir de los anteriores, un aislamiento cultural y práctico: las costumbres sociales en la vida cotidiana dan la espalda al curso vital de los elementos naturales; si nos fijamos en la creación artística, se ha vuelto en gran medida desnaturalizada; el cuidado de la salud no tiene en cuenta las señales naturales; la producción económica no se sostiene en el ritmo regenerativo del ambiente natural en que habitamos,…

Prácticamente encuentro todas las esferas de la actividad humana desconectadas de la realidad de la naturaleza. En definitiva el hombre moderno sufre de una gran falta de conocimiento directo respecto del curso vivo de los elementos naturales. Esto evidencia ante nosotros una paradoja de grueso calibre, aunque no esté siempre presente en la mente consciente de quienes nos rodean. La vida surge y se alimenta de los elementos naturales que el ser humano (la forma de vida más evolucionada del planeta) desconoce y de los que vive ciertamente aislado.

Aunque parece que la ciencia instituida ha conseguido entender y explicar muchos procesos naturales, yo no diría que los individuos corrientes los conozcan por su propia experiencia personal.
En último término la educación formal se centra en desarrollar personas dentro de este modelo alienado y esquizoide, lo que prolonga este sistema de vida deficitario.
Pero este planteamiento es del todo insostenible para cualquier civilización.
He encontrado hordas de estudios científicos que pretenden garantizar u optimizar el uso y aprovechamiento de los recursos naturales a nuestra disposición para la actual forma de vida humana. Pero siento que el tema básico va más allá de la mera cuestión sobre si es sostenible o no este uso de los recursos. Porque ya de partida me parece dudoso que sea sostenible en sí la situación contradictoria de alienación y desconocimiento de la naturaleza para la supervivencia sana de la especie.

Para introducirnos en este tema, cada uno podemos preguntarnos: ¿qué vivencias personales en el ambiente natural me permiten desarrollarme y aprender a sobrevivir con autonomía sin hacer daño o perjuicio a otras formas de vida y al conjunto de la naturaleza?
¿me encuentro capacitado personalmente para presentarme como amo y señor de la Tierra y sus dominios, sabiendo cómo gestionarla correctamente?

En común entre nosotros es importante reflexionar sobre esto: ¿podemos encontrar soluciones a los problemas de la supervivencia del hombre y la naturaleza si no sabemos convivir junto con todos sus elementos?
¿podemos hacerlo sin sentirnos integrantes de pleno interés?
Entonces ¿en qué consiste esa convivencia y el conocimiento necesario?
¿qué necesitamos aprender todos juntos para ello?

En este blog vamos a investigar más en torno a estas cuestiones.