El desarrollo natural es posible a través de la conciencia

La conciencia natural ha de estar presente en los niños de cada generación para la supervivencia

20 de mayo de 2010

Educación ritual



Es interesante observar el origen de muchos rituales religiosos como parte de la educación que han recibido muchas personas desde niños. En la cultura occidental los rituales más conocidos tienen su origen en las tradiciones judías.

Aquí uno puede observar la confusión que se arrastra al respecto de la auténtica identidad familiar o social. Mi propia persona, al igual que bastantes otras que he llegado a conocer, procede de antepasados judíos quienes, en algún momento de la historia española, pasaron a engrosar el núcleo de fervientes devotos del dogma católico. La contradicción reside en que ambas corrientes religiosas enfrentadas proceden de un mismo espíritu en su interpretación de las normas morales a respetar, basadas en los mismos textos antiguos, un hecho que olvidan voluntaria o involuntariamente. A pesar de su origen, mi abuela había incorporado desde su tierna formación infantil el rechazo y el desprecio absoluto hacia los judíos que le habían inculcado. En lugar de reconocerse mutuamente con sus aciertos y errores comunes, ambas corrientes se han denostado a lo largo de la historia como bandos adversarios.

Podemos fijarnos en los 5 primeros libros de la Biblia, los mismos que componen la Torá judía.
La palabra Torá significa "guía para dar en el blanco", y de ahí se ha entendido como "enseñanza, instrucción" o como "ley" en el mundo occidental. En cuanto a lo que nos importa aquí, la Torá contiene todos los preceptos que reunió Moisés, dando un cuerpo doctrinal a las religiones que han sobrevivido en Occidente.

Ese texto proviene de una inspiración divina y su copia requiere de un escriba ritual para respetar las normas sumamente estrictas, pues todos los detalles del texto —desde el léxico hasta la puntuación— se consideran significativos. La Torá contiene un total de 613 preceptos (248 positivos, obligaciones de hacer, y 365 negativos, prohibiciones de no hacer). Los maestros judíos moderados consideran que la cantidad de estos antiguos preceptos que es posible cumplir hoy en día es de solo 297 (77 positivos, 194 negativos y 26 sólo en Israel). Por lo tanto, un fundamentalista estricto con los textos originales nunca podrá ser un judío correctamente en este mundo.

Dichos preceptos judíos incluyen los 7 Preceptos universales que Dios entregó a Noé para la humanidad (sus descendientes que sobrevivieran al Diluvio Universal), y que más tarde se convirtieron en los Diez Mandamientos (el Decálogo del monte Sinaí) que adoptaron los cristianos.

El resto de preceptos son dirigidos al pueblo judío propiamente dicho y sirven para instruirles acerca de su vida cotidiana en todas las áreas hasta en los detalles más ínfimos. Por lo tanto, la educación básica de un judío consiste en aprender ese conjunto de preceptos y en adoptar el hábito sistemático de respetarlos y cumplirlos lo más escrupulosamente posible. Los preceptos explican el modo de mantener la higiene personal, de conseguir y preparar los alimentos, de trabajar y descansar, de cobrar y pagar por los servicios prestados o solicitados, de emparejarse hombre y mujer, de mantener las pertenencias familiares, de prestar socorro en caso de apuro, de ayudarse mutuamente, de hacer un examen diario de conciencia, de ordenar los objetos sagrados, etc. etc.

Un ejemplo claro de los preceptos judíos es la indicación de no preparar ni comer carne animal y leche juntas en la misma comida. Alguna persona puede pensar que este tipo de instrucciones es una superstición tonta o una imposición de las autoridades religiosas. Sin embargo, los expertos modernos en la llamada dieta macrobiótica señalan que los fundamentos judíos para alimentarse y cocinar los ingredientes coinciden básicamente con sus principios y que, según su experiencia, componen la tradición conocida más acertada para conservar la salud. Está claro que los sabios judíos conocían estos extremos y por eso los incluyeron al establecer unas normas de vida.

A la misma conclusión podríamos llegar si nos fijamos en otros preceptos que parecen más morales: no emparejarse con miembros de la propia familia carnal (la genética explica que esto asegura una progenie más sana); o la preferencia de visitar a un conocido enfermo o incluso asistir a un funeral antes que acudir a una celebración festiva. Este último caso persigue el disciplinar a la persona para afrontar los contratiempos antes que holgar en una juerga, y el ser consciente del sufrimiento en la vida.

Es cierto que puede haber algunos preceptos en apariencia inútiles o inservibles para el fin noble esperado, pero también se encuentran otros que serían alabados por una mentalidad más progresista. Por ejemplo, los preceptos judíos permiten el divorcio justificado cuando la convivencia en una pareja se demuestra inviable. También admiten las relaciones sexuales sin necesidad previa de un matrimonio formal público, siempre que haya un compromiso mutuo de estabilidad futura.

Todas estas instrucciones forman parte de un cuerpo disponible para la educación de los nuevos miembros de la comunidad, al mismo tiempo que garantizan una organización eficaz entre ellos. Por desgracia, al instaurarse como religión histórica los preceptos judíos cayeron en un ritualismo rígido y en un formalismo excesivo, con frecuencia alentados por los propios maestros instructores, perdiendo así el espíritu de la ley y sustituyéndolo por imperativos morales externos.

Fuera de las polémicas por la historia cultural, lo cierto es que el ser humano requiere atenerse a una disciplina interna para permitir el desarrollo natural de su intención y comportamieto, y evitar sus inclinaciones perniciosas hacia la confusión, la hostilidad o la codicia. Las generaciones anteriores sabían que, una vez superadas estas dificultades, la persona puede conectar con sus impulsos internos sanos para la supervivencia.

En cambio, observando a los animales nos podemos dar cuenta de que ellos no necesitan ser guiados ni tener en cuenta ningún tipo de precepto fuera de la naturaleza. Cuando despiertan en la mañana, realizan sus estiramientos y lavados sin que nadie se lo recuerde, y respetan la alimentación y el emparejamiento conforme a sus instintos naturales de supervivencia sin necesidad de ser educados o vigilados moralmente.

Es por eso que los animales no sufren nuestros problemas con la educación ritual.

18 de mayo de 2010

El arte al servicio de la conciencia



Antoni Gaudí es uno de los reclamos mejor aprovechados por la ciudad de Barcelona para atraer a tantos turistas como la visitan continuamente. El arquitecto catalán hizo gala en su vida de un genio artístico y capacidad de trabajo que le han valido el reconocimiento mundial, cuyos pasos han seguido una cadena de imitadores en rincones de muchas construcciones recientes.

Con la edad Gaudí fue desarrollando su talento artístico principalmente orientado hacia la expresividad de una visión espiritual unida a la naturaleza.
Por un lado las formas se hacían orgánicas al integrarse en los elementos naturales del ambiente en que se construían. Por otro lado los elementos arquitectónicos parecen levantarse incansables como símbolos que permiten ser más conscientes de la naturaleza que todo lo impregna alrededor.

Todo ello lo lograba Gaudí gracias a una desordante libertad creativa y a una estética basada en su fecunda imaginación. Un arquitecto corriente se atiene a una disciplina calculada para resolver problemas técnicos de construcción, basada en unos modelos ya probados y estudiados por otros antes que él. Pero en el caso de Gaudí, la construcción no era una disciplina limitada tanto por ideas preconcebidas, ni condicionada por un estilo formal. Por eso renunciaba a trazar líneas rectas y polígonos regulares, las dimensiones (tamaños, alturas, pesos...) no se repartían en cantidades discretas, sino que eran compartidas orgánicamente por la estructura íntegra. Todo esto lo aprehendía en la observación de las formas desarrolladas en la naturaleza. Su pregunta implícita era: "Si la naturaleza ha podido hacer crecer estructuras orgánicas de formas irregulares, en la que me incluyo, ¿puedo desarrollar una obra de formas análogas a través de mi facultad de la conciencia?". Esto no era una especulación intelectual sino que salía de una vivencia interna. Desde ese punto de partida, se lanzaba a intentarlo.

Una prueba de sus auténticas dotes de artista era que casi nunca necesitaba componer sus proyectos sobre el papel, ni siquiera dibujar planos, le bastaba con visionarlos ya tridimensionales en su mente. A partir de ahí era capaz de improvisar sobre la marcha, lo que equivale a no adelantar las decisiones en base a decisiones mentales cognitivas sino aguardar que la propia obra demandara la solución adecuada. Esto contrasta con la actitud más corriente de calcular los riesgos que se corren al diseñar un proyecto y tener previstas las soluciones muy detalladas a tomar en cada caso.

Una muestra magnífica de su obra está encarnada en el Parque Güell de Barcelona. La intención al proyectar este recinto era disponer de unas magníficas viviendas inmersas en un entorno natural al mismo tiempo que sus habitantes mantenían una conciencia activa en su vida cotidiana que les haría elevar su visión del mundo hacia algún grado de perfección interior. Esto puede entenderse mejor si uno pasea muy atento por el Parque y no es despistado por las hordas de visitantes distraidos de dicha esencia.

Los mosaicos modernistas y los diseños complejos más elaborados que encontramos no pretenden ser una ornamentación artificiosa; al contrario, apuntan sencillamente a la imaginación pura de la que brotan. El aspecto de los paramentos y forjados, además de los materiales, procuran mostrar con una simple desnudez sin engaños lo que sujeta la estructura constructiva.

Por ejemplo, cuando pasas bajo los viaductos de columnas rocosas, puedes sentir la experiencia de tu cuerpo-mente penetrando los fundamentos que sustentan el paso superior. Y cuando pasas sobre el viaducto, puedes sentir que estás siendo sustentado por la estructura rocosa que tienes bajo tus pies, que cumple así su función perfecta. Así es como consigue envolverte en una asombrosa gratitud hacia todos los elementos que permiten esa vivencia, incluido la conciencia que lo proyectó originalmente.

Cuando el promotor advirtió al arquitecto en su momento que el proyecto no sería viable económicamente, aun así intentó continuarlo por todos los medios. Finalmente él mismo se arruinó y llegó a vivir como un mendigo, renunciando a otras ofertas sustanciosas que le llegaban. Pero él continuó su trabajo por la vocación interna que le impulsaba.

Gaudí vivió absorbido en entregar una herencia artística claramente como una tarea continua para la especie humana, aunque él mismo no tuvo descendencia.
Su misión declarada era colaborar en un despertar en la conciencia, compartiendo sus propios descubrimientos por el bien de todos. Por desgracia ahora el turismo masivo solo acierta a sacar fotos de lo que les parece bonito, y se pierde así el mensaje y la intención subyacente en un esfuerzo heroico. Pero así no se consigue mantener viva la conciencia del artista que procuró además ser humano.

14 de mayo de 2010

Los niños y la conciencia




Carmina y Fidel eran dos niños latinos con una historia difusa, adoptados por una pareja de españoles. Sabiendo que no eran sus padres biológicos y sin pretender engañarse al respecto, éstos querían dirigir todo su esfuerzo en dotar a los niños del bien que consideraban más preciado: una buena educación. El papel de responsables lo sentían sobre todo con una idea casi obsesiva: los niños necesitaban su apoyo para salir adelante, y se preguntaban cómo hacerlo mejor. De esta manera, comenzaron un periplo de consultas a amigos y educadores para saber cómo alumbrar su noble intención.

Normalmente se entiende que la educación consiste en la transmisión de conocimientos y actitudes, lo que también puede apuntar a unos valores morales.
Por el bien de los niños se les dijo a sus responsables que necesitarían desarrollar en ellos habilidades que les permitan manejarse bien en este mundo. Aquí surgió la pregunta: ¿cuál es la actitud de base que orientará su comportamiento? Depende de cómo respondieran a esa pregunta, estarían programando la mente del niño con unas instrucciones u otras. La actitud a cultivar podía ser: “Yo tengo que valerme por mí mismo”; esa consigna por la que esforzarse suele ser la principal medida del éxito personal. Ahí es donde volvieron a toparse con su idea repetida pues, para salir adelante, Carmina y Fidel necesitarían el apoyo mutuo de algunas personas en su entorno, para intercambiar favores o ayudarse en conseguir sus propios objetivos. Esta ayuda es la que entenderían los adultos cuando les apoyaran con medios materiales o afectivos. Cerraron su ronda de contactos con la conclusión de que la educación se resumía en una idea como esta: “Son necesarios recursos de todo tipo para desarrollar capacidades cognitivas y emotivas para la auto-supervivencia”. En apariencia habían llegado al mismo punto de partida, inspirados ahora por algunas reflexiones más formales.


El problema residía entonces en la falta de una visión y comprensión de conjunto en cuanto a la supervivencia se refiere. A pesar de sonar a verdad de perogrullo, lo cierto es que el ser humano forma parte de la naturaleza completa y la necesita para continuar existiendo. Un sistema de vida sin una visión así nunca será sostenible. ¿Y cuál es la principal aportación del hombre en el conjunto del ambiente natural? La conciencia, por supuesto. A través de ella es como el ser humano puede participar activamente en la vida haciendo uso de sus plenas facultades. También a través de ella es como puede desarrollar el niño cualquier capacidad natural, siempre manteniendo la conciencia íntegra como base.

Por lo tanto, la cuestión clave era: ¿cuál es el mejor fruto que Carmina y Fidel pueden recibir de sus cuidadores?, ¿y el mejor apoyo para su educación? Sin duda la conciencia de la naturaleza, de su existencia viva y de la integración de todos sus elementos. Pero es algo más profundo de lo que parece: se trata de la conciencia natural de estar vivos, de sentir la fuerza de la vida, lo que permitirá estar conectados y ser impulsados por ella.

Lógicamente la preferencia era que Carmina y Fidel fueran lo más libres posible, pero ¿qué relación tiene esto con la conciencia? Quizás se trata realmente de gozar de una libertad de conciencia. La conciencia es lo único que nos puede garantizar la verdadera libertad. Pero esta conciencia no es un ente individual exclusivo para la auto-supervivencia, sino que ella misma está abierta a todos los seres de la naturaleza. La conciencia está realmente viva solo cuando se ejercita conteniendo al resto de aparentes seres vivos y participando del conjunto unificado en una conciencia universal.

Si Carmina ve un grupo de animales salvajes, puede entender los mecanismos de supervivencia que comparte con ellos. Si Fidel se acerca a una planta silvestre, puede sentir el mismo programa básico en la fuerza de la vida que actúa dentro de él. En el caso de otros seres humanos, la conciencia se desarrolla a través del contacto con otra aparente conciencia separada para así reconocerse a sí misma a través de su propio reflejo.

De esta manera, la pareja española no solo educaría a Carmina y Fidel, sino que estarían ayudando a desarrollar la conciencia que surge de la propia naturaleza en general. Su propia conciencia entraría en un proceso de apertura para incluir a los nuevos miembros de su familia, apoyarían el crecimiento de la conciencia en los niños y éstos a su vez podrían llevar la antorcha a otros, ampliando el círculo cada vez más hasta incluir a todos los seres dispuestos a vivir plenamente libres.

12 de mayo de 2010

Profesor y barrendero



Hace 25 años, cuando yo era un niño, nuestro país vivía un idilio sin precedentes en el que las personas soñaban con hacer prosperar a sus hijos gracias a las deslumbrantes perspectivas de la educación que había empezado a despuntar. Antes de entrar en el paroxismo de la boyantez económica, toda la confianza estaba depositada en la educación para conseguir ascender en la escala social y poder conectar a la propia familia, por muy humilde y analfabeta que hubiera sido, con el mundo civilizado de una vez por todas.
Esta euforia contenida pronto degeneró en una carrera alocada por situarse en la sociedad bien rodeado con un buen trabajo, y la primitiva inocencia descubrió que ya no era tan decisiva la formación humana para destacar y tener éxito. Bastaba con tener las ideas claras y concentrarse en los objetivos deseados, a partir de ahí el suculento maná ya no dejaría de manar.

Pero en esos primeros tiempos del despertar de la educación universal en este país lastrado por la incultura, todo eran buenos augurios. ¡Qué triste decepción ver que hoy esos mismos profetas han rebajado sus expectativas conformándose con situarnos a la cabeza del deporte profesional mundial!

Hubo un tiempo en que la figura del profesor o el maestro local, como tradicionalmente se le conocía, gozaban del mayor prestigio y admiración posible. Estaban por encima del médico, el sacerdote y el juez de paz. Y por fin llegó el momento culminante en que todas las casas de los pueblos y aldeas de este país consiguieron colocar a sus ocupantes en alguna escuela o colegio, aspirando así a la gloria popular que los antepasados habían visto pasar de largo.

Recuerdo a mis profesores de entonces haciendo cálculos sobre cuántos estudiantes suyos conseguirían coronarse como titulados superiores, sembrando ya así el espíritu de la competencia feroz entre compañeros.
Un lema que repetían a diario era: “estudia más para no acabar siendo un barrendero”. Debe de ser por eso que inconscientemente llegué a sentirme superior a los barrenderos que me cruzaba por la calle.

Hoy las cosas han cambiado. El oficio de profesor ha caído en picado hasta llegar al descrédito social e incluso al escarnio público. No es raro escuchar voces poco amistosas entre los padres de alumnos contra un profesor que no ha valorado a su hijo conforme a las aspiraciones que él mismo tiene.

Al mismo tiempo, he conocido algunos jóvenes que ahora estarían satisfechos por ser contratados como barrenderos o basureros. Pero antes de llegar aquí, yo ya había reciclado la basura que mis profesores habían barrido hasta mi cabeza. Me había dado cuenta de lo tranquilos que paseaban los barrenderos por los jardines urbanos, como pastores guiando un rebaño de cubos de limpieza. En todo caso, manteniendo el ánimo más alto que los profesores de hoy día, sin sufrir su estrés y sin problemas de autoridad con las plantas del parque. Esto lo descubrí compartiendo el tiempo al aire libre con ellos y su plácida dignidad, alejados de los currículum y las estadísticas, hasta que aprendí de los barrenderos lo que mis profesores no habían querido enseñarme: el valor de reconocer la propia humildad y de poder ganarse la vida desde la sencillez de no pretender impresionar a nadie.
El barrendero se convirtió así en el profesor de mi segunda juventud.

9 de mayo de 2010

El orientador sin brújula


Cuando conocí a Alberto en seguida me di cuenta que era un chico excepcionalmente despierto e inteligente, pero algo le impedía seguir adelante. Empecé por escucharle con atención porque necesitaba desahogar la tensión que llevaba encima. Entonces me contó que las cosas habían ido bien en sus estudios hasta que apareció el orientador justo un año antes.

El orientador es un profesional que los centros de enseñanza secundaria han tenido que agregar a su plantilla por exigencias del nuevo reglamento educativo del Estado. Normalmente se trata de un psicólogo o pedagogo con alguna experiencia en el campo de la educación. La misión del orientador es ayudar a los jóvenes estudiantes a decidir un futuro provechoso y a optimizar su tiempo de estudios. Pero entre los compañeros de estudios rápidamente se extendió la costumbre de llamarle el desorientador.

En estos tiempos hay pocos jóvenes que saben lo que quieren hacer en su vida, menos aún que conocen su temperamento, sus inclinaciones y la función que su propia naturaleza les llama a ejercer en una comunidad humana. Pero es raro que estos orientadores corrientes ayuden a realizar esta necesidad con ellos, más bien se dedican a analizar estadísticas que luego pretenden implementar en sus dominios.

El caso de Alberto era una excepción porque se veía feliz siendo pronto un médico. Había desempeñado pequeños trabajos en comercios o atendiendo personas mayores, pero donde se encontraba más cómodo era como jardinero. Hacía tareas intensas de ordenación, recuperación y trasplante de plantones, y se alegraba mucho al ver cómo los tallos pronto respondían a su intervención y salían adelante. Tenía que arreglárselas para convencer al dueño del jardín sobre cómo cuidar bien sus plantas y para que cambiara algunas costumbres perjudiciales para su desarrollo. Eso era lo que más le hacía sentirse vivo a Alberto.

Me confió cómo descubrió así que en su vida quería hacer algo parecido centrado con las personas, ayudarlas a recuperar su salud y que salieran adelante a pesar de sus hábitos malsanos. Esta pretensión contrastaba con una cierta aversión que no podía resistirse a mostrar hacia todo aquel que provocaba algún tipo de daño en otra persona, por diminuto que fuera.

Su entusiasmo juvenil le había desbordado y en aquella época trabajaba sin descanso, al mismo tiempo que continuaba sus estudios con éxito y sin ninguna dificultad. En ese momento apareció el orientador en el centro escolar y les obligó a responder un test de habilidades cognitivas. El resultado del test fue comunicado con la frialdad de un análisis químico: según los psicólogos Alberto no reunía las características necesarias para orientar su futuro hacia ser un médico. En ningún momento intentaron contrastar el pronóstico del test con la persona orgánica en vivo, se dio por hecho la precisión analítica y se refrendó por escrito ante sus tutores legales que lo mejor para el futuro de ese joven era encaminarle lejos de su vocación.

No acierto a comprender qué criterios se emplean para esos test, pero sí puedo asegurar que el muchacho tenía la motivación correcta para ser un buen médico, desarrollando el sentido pleno de su vida y de los demás.

Contra la sentencia de las autoridades educativas Alberto apenas disponía de herramientas alternativas ni tenía fuerza él solo para argumentar o para creer otra cosa.
Esto le ocasionó un obstáculo insalvable y contradictorio que le sumió en una larga apatía. Los estudios se resintieron hasta que llegó a suspender el curso. Finalmente no consiguió superar los exámenes de acceso a la Universidad porque no se sentía bien dispuesto para ellos. Cuando escuché la historia con su propia voz estremecida por el dolor, me di cuenta que estaba ante el fracaso de la humanidad entera, incluido el mío propio. No encontré nada a mi alrededor -ninguna promesa y ningún logro- que pudiera compensar lo que ese ser humano había perdido.

Hoy Alberto está buscando un trabajo e intenta mantener viva la llama para entrar algún día en la Facultad de Medicina, pero no es fácil creer en uno mismo sin el apoyo de su entorno. Ahora tiene muchas dudas sobre qué hacer en la vida. Una vez hemos roto la conexión interna con la vida, no es tan evidente descubrirla en los demás.

Parece que el orientador también se había orientado mal a sí mismo. Pero más allá de las estadísticas, cada uno solo puede encontrar la plena certeza si está bien encaminado gracias a su propia voz interior.

7 de mayo de 2010

La verdad de Don Quixote




Cuando abordo la realidad aparente desde mi cognición, estoy interpretando todo lo que recibo. De esta manera, compruebo si los datos exteriores coinciden con mis conceptos memorizados previamente o con nuevas expectativas. Si hay coincidencia, digo que los datos son verdad; de lo contrario, digo que son mentira. Incluso desplazo la etiqueta de verdadero o falso al objeto mismo de mi experiencia empírica; así pues, cualquier cosa que me defraude es algo falso para mí.

Siempre me ha parecido graciosa la disputa sobre dónde vivió Don Quixote; hoy sé que es absurdo. Cada año aparecen nuevas pruebas convincentes para demostrar que Don Quixote existió en la realidad, con nuevas hipótesis para encajar geográficamente un relato de peripecias radicadas en la mente de Cerbantes.

Pero realmente ¿qué importancia tiene que una cosa del mundo relativo haya existido o no, sea verdad o no? El trasvase entre la realidad física y la mental se mantiene por una frontera arbitraria que puede servir únicamente a efectos descriptivos. Incluso la ciencia cuántica la ha cuestionado.

Cuando abordo la naturaleza formando parte de ella, cuando soy un ser vivo interactuando con el conjunto de la vida y las fuerzas que la rigen, no puede haber interpretación mental posible. No existen pensamientos de verdad o mentira. Las cosas son lo que son. La naturaleza sigue unas leyes que se definen por sí mismas, no hay legisladores ni inspectores para vigilar la oportunidad de esas leyes naturales. Por lo tanto, la naturaleza no puede mentir, no miente nunca, siempre cumple con su propia existencia necesaria.

En la historia de Don Quixote aparece un refrán: “Uno es engañado solo si se deja”. En este ámbito, si pensamos que algo nos miente, es nuestra propia mente quien detecta esa mentira y decide que es tal. La verdad cotidiana es definida exclusivamente por criterios mentales y el juez es la propia mente; por lo tanto, debería acusarse a sí misma de ser la gran defraudadora y de no haber encontrado como reales las expectativas o las correspondencias creadas. Porque la clave de verdad o mentira solo nace del mismo lenguaje humano.

Hay otras cosas interesantes sobre la historia de Don Quixote. Los académicos han trabajado duramente en los años recientes para establecer la versión auténtica del texto. Cerbantes se reiría mucho de ellos. Él iba viajando llevando sus papeles sueltos garabateados sin numerar, perdía unos capítulos de la historia, los cambiaba por otros, los mezclaba de orden,… escribía la misma palabra cada vez con grafías diferentes, le cambiaba el nombre a los personajes sin avisar… Incluso la primera edición original está plagada de erratas suscritas por el mismo brazo manco. ¿Cómo podemos definir la versión auténtica de un texto que ha sido revisado y modificado intencionadamente por una sucesión secular de editores y que apenas conserva alguna palabra escrita como en el original? Es que nunca existió algo fijo que pueda ser el original.

Personalmente me siento más libre si lo veo así tal y como fue.

Por cierto, Cerbantes siempre escribió su nombre con b, pero en las escuelas actuales se empeñan en obligar a escribirlo con v. Otro curioso juicio sobre la verdad relativa. Si la escritura de una letra en una palabra se ha corrompido con los siglos, entonces si acaso la verdad estaría en su forma original. Pero los académicos, como todo hombre civilizado que se precie, se esfuerzan por defender la verdad de la mentira junto con la mentira de la verdad.

5 de mayo de 2010

¿Por qué nos mienten los árboles?



Dando un paseo por un gran parque me he encontrado con un grupo de niños que seguían a un joven monitor. El monitor pertenece a un novedoso programa de educación ambiental promovido desde el gobierno. Este programa es presentado como un gran avance de la civilización, que pretende acercar el mundo natural a las personas residentes fuera de él. Ante el encuentro inesperado me he permitido sentir la misma curiosidad que veía en los rostros infantiles por saber qué es lo que nos puede enseñar el ambiente natural. Claro, en este caso filtrado por ese joven monitor como representante de las instituciones sociales. Una parte de su discurso ha sido algo así:

“Bien, niños, ahora vamos a acercarnos a ese árbol de ahí, que se llama Castaño de Indias, y os voy a descubrir todas las mentiras que nos está diciendo. Primera mentira: no viene de las Indias, en realidad lo trajeron de los Balcanes. Segunda mentira: aunque se llama castaño, en realidad no tiene castañas porque sus frutos no son comestibles. Tercera mentira: antiguamente lo llamaban Hippocastanum que significa “castaño de caballos”, pero no tiene nada que ver con los caballos; en realidad extraían un aceite de él para atender una enfermedad que tenían los caballos. Pero esto no es todo: además de estas tres mentiras, el castaño también nos quiere engañar de otra manera. Fijaros en sus hojas que parecen como las palmas de un pato: ¿cuántas hojas tiene cada rabito?” Los niños responden: “cinco”, “siete…”. “Pues no, el castaño os ha engañado otra vez. Los científicos llaman peciolo al rabito, y según su clasificación cada peciolo solo puede tener una hoja; así que, aunque parecen hojas separadas saliendo del mismo rabito, en realidad forman una sola hoja”.

Escuchando la disertación yo me sentía como uno más de estos niños absortos, al mismo tiempo que observaba sus reacciones. Ellos intentaban asimilar todo lo que escuchaban pero no acababan de entender el concepto que acababa de entrar disimuladamente en su cabeza, ¿por qué nos mienten los árboles?

El niño ha leído primero un cartel informativo donde figura el nombre del árbol: Castaño de Indias. Después el árbol, con su presencia orgánica, está contradiciendo a su propio nombre, y a los conceptos de los científicos. Pero el monitor, quien representa la autoridad del conocimiento humano, le quita la razón al árbol mentiroso para dársela a unas palabras que son una mera construcción mental. Cualquier persona, sin necesidad de haber acudido a una Academia o a un Liceo, puede preguntar de inmediato: ¿es mentira todo lo que no concuerda con nuestras ideas?

Este hecho real quizás le parezca una anécdota graciosa sin importancia a la mayoría de las personas. Pero internamente siento que un detalle así vivido tiene una gran trascendencia.

¿Qué está haciendo esta educación ambiental en la mente del niño? Está creando una desconfianza de base en los elementos naturales y está reforzando el apego a las palabras. Curiosamente para el hombre la naturaleza le miente si no cumple escrupulosamente las expectativas mentales encerradas en unas palabras arbitrarias. Así es como pretende encerrar y condenar a la naturaleza, no solo de forma física.

No he podido evitar sentir un estremecimiento cuando veía alejarse al grupo de niños. Inmediatamente he imaginado hacia dónde puede conducirnos este método absurdo de pensamiento. Quizás en el futuro existan tribunales para decidir sobre quién miente en este mundo. ¿Podrían acusarme de no comportarme estrictamente según los nombres y adjetivos que un vecino decida inventar para mí?

El monitor está perdiendo una oportunidad preciosa con los niños, de relativizar el uso de las palabras y entrar más profundamente en una relación natural con el ambiente, observando la sabiduría de las leyes que lo gobiernan para sobrevivir en cada circunstancia.

Porque como un niño puedo sentir una decepción fundamental que me quiebra: están rompiendo sistemáticamente la conexión básica con la naturaleza inocente, me están invitando a alejarme de ella porque ella va a defraudar algunos conceptos. ¿Por qué nos mienten?