31 de octubre de 2010
Signaturas vivientes
23 de octubre de 2010
Armonía Divina
19 de octubre de 2010
Arenas y rocas
18 de octubre de 2010
Ese poder animal
En un parque del centro de Londres se levantó en 2004 un memorial dedicado a los Animales de las Guerras. El monumento contiene un par de mulas de bronce, un caballo y un perro se alzan sobre la hierba, con un muro donde aparecen tallados camellos, elefantes y palomas. Parece que no han olvidado a ninguno de los muchos animales que han participado en los conflictos bélicos a lo largo del siglo XX. Hay incluso unos diminutos gusanos de luz, que en las trincheras de la Primera Guerra Mundial sirvieron a los combatientes para leer los mapas en medio de la obligada oscuridad. Mucha gente se emociona al descubrir o recordar el papel que todos esos seres irracionales cumplieron en las sangrientas décadas de 1900, ayudando a sobrevivir y vencer a los racionales, los causantes de toda esa sangre, con razón o sin ella.
El mismo 2004 fue el año en que el Parlamento inglés prohibió la caza del zorro con perros. Tiempo atrás, en 1835, había abolido otras manifestaciones de crueldad hacia los animales, como las peleas de gallos y de tejones, o aquella especie de corridas de toros, los bull-baiting, que numerosos británicos del siglo XVIII parecían adorar. Los habitantes de la Gran Bretaña presumen ahora en ir por delante al comprender que nuestra condición de humanos no nos autoriza a martirizar innecesariamente a los animales no humanos.
En nuestro país, incluso un puñado de intelectuales parecen considerar absurdamente sensiblero cualquier atisbo de pensamiento que vaya más allá de nuestro propio ombligo. Las religiones monoteístas están empeñadas en hacernos sentir superiores. Los ángeles se preguntan en ese caso, ¿es moral que el superior abuse del inferior?
¿Sería justo, por ejemplo, que si invadiese nuestro planeta una raza extraterrestre más inteligente, fuerte y armada que la nuestra, se dedicase a esclavizarnos, torturarnos y destruirnos, por el hecho de ser mejores que nosotros?
¿En nombre de qué puedo considerar que dispongo impunemente de ese poder?
1 de octubre de 2010
El escenario de la vida diVIdiDA
Los campos agrarios de labor son hoy el escenario donde se cruzan el potencial de la naturaleza en todo su apogeo con la actividad del hombre saliendo adelante con su civilización. Es pues el escenario donde observar y sentir los contrastes más brutales.
Las franjas confinadas de bosque tradicional son baluartes deliciosos que te acogen cálidamente para entregarte sus esencias de la vida: la flora silvestre con colores delicados, olores persistentes, sabores recios, sonidos tímidos y formas desniveladas. El aire se desplaza libre por la inmensa cúpula a la que se abre la llanura. La respiración es un ejercicio austero por el que tu cuerpo se abre igualmente ante el espacio informe. En lontananza se distribuyen las tierras de labor agraria que hogaño sirven de renta a familias que apenas conservan su carácter rural.
En esta ocasión se divisan tierras casi abandonadas, sus propietarios no las han cuidado, no las han mantenido en vigor, libre de maleza, para que desarrollen su volumen máximo de flores y frutos. No han gastado millones de litros de agua robados del subsuelo para una tierra árida y gastada. Tampoco han repartido los habituales kilos de pesticidas entre sus hojas. Pero eso no es debido a un cambio repentino en la perspectiva de los agricultores, no es que se hayan parado a observar el ciclo natural según las estaciones con la mínima interferencia humana, ni permitido que las plantas sigan su evolución de acuerdo al terreno, flora, fauna y clima. En realidad es debido a unos simples cálculos aritméticos.
Así pues encuentras tierras que parecen arrasadas por un ciclón, con las raíces de plantas destruidas fuera de los hoyos que las contenían. La sensación de devastación es abrumadora: plantas sacrificadas por centenares y miles, sin otra consideración más que la de no ser rentables en este ciclo económico, en un campo baldío.
Un terreno donde siempre ha abundado la vida, representó en su momento la competición mercantil, la guerra del capital y finalmente el escenario de la muerte. Muchos campos de hoy parecen propios de la guerra de nuestros abuelos, cuando sus cuidadores los dejaron para ser soldados lejos en el frente.
En la hora de esta introspección resultó encontrarme un cachorro de zorro, agitando su cola como una enseña pacífica que anuncia concordia. Dura tarea la de sobrevivir en un escaso hábitat acorralado por la tala y la inconsciencia. Paseaba señorial repartiendo dignidad, presuroso y calmo a un tiempo. Ahora pertenezco a su dominio y me avengo a su gracia, me siento bienvenido a esta órbita de armonía y puedo sonreír aplacado.
En contraste, las tierras de viñedo que permanecen boyantes auguran un rendimiento óptimo. Quienes presumen de ser sus dueños trabajan con ahínco en ellas, pero no perciben el aliento de la vida que comparten con ellas, ni valoran la magnífica sencillez desnuda de aquello que se entrega sin pedir ni esperar nada. Son simplemente objetos productores en serie, números que computan en sus cuentas del dinero y del orgullo.