El desarrollo natural es posible a través de la conciencia

La conciencia natural ha de estar presente en los niños de cada generación para la supervivencia

9 de mayo de 2010

El orientador sin brújula


Cuando conocí a Alberto en seguida me di cuenta que era un chico excepcionalmente despierto e inteligente, pero algo le impedía seguir adelante. Empecé por escucharle con atención porque necesitaba desahogar la tensión que llevaba encima. Entonces me contó que las cosas habían ido bien en sus estudios hasta que apareció el orientador justo un año antes.

El orientador es un profesional que los centros de enseñanza secundaria han tenido que agregar a su plantilla por exigencias del nuevo reglamento educativo del Estado. Normalmente se trata de un psicólogo o pedagogo con alguna experiencia en el campo de la educación. La misión del orientador es ayudar a los jóvenes estudiantes a decidir un futuro provechoso y a optimizar su tiempo de estudios. Pero entre los compañeros de estudios rápidamente se extendió la costumbre de llamarle el desorientador.

En estos tiempos hay pocos jóvenes que saben lo que quieren hacer en su vida, menos aún que conocen su temperamento, sus inclinaciones y la función que su propia naturaleza les llama a ejercer en una comunidad humana. Pero es raro que estos orientadores corrientes ayuden a realizar esta necesidad con ellos, más bien se dedican a analizar estadísticas que luego pretenden implementar en sus dominios.

El caso de Alberto era una excepción porque se veía feliz siendo pronto un médico. Había desempeñado pequeños trabajos en comercios o atendiendo personas mayores, pero donde se encontraba más cómodo era como jardinero. Hacía tareas intensas de ordenación, recuperación y trasplante de plantones, y se alegraba mucho al ver cómo los tallos pronto respondían a su intervención y salían adelante. Tenía que arreglárselas para convencer al dueño del jardín sobre cómo cuidar bien sus plantas y para que cambiara algunas costumbres perjudiciales para su desarrollo. Eso era lo que más le hacía sentirse vivo a Alberto.

Me confió cómo descubrió así que en su vida quería hacer algo parecido centrado con las personas, ayudarlas a recuperar su salud y que salieran adelante a pesar de sus hábitos malsanos. Esta pretensión contrastaba con una cierta aversión que no podía resistirse a mostrar hacia todo aquel que provocaba algún tipo de daño en otra persona, por diminuto que fuera.

Su entusiasmo juvenil le había desbordado y en aquella época trabajaba sin descanso, al mismo tiempo que continuaba sus estudios con éxito y sin ninguna dificultad. En ese momento apareció el orientador en el centro escolar y les obligó a responder un test de habilidades cognitivas. El resultado del test fue comunicado con la frialdad de un análisis químico: según los psicólogos Alberto no reunía las características necesarias para orientar su futuro hacia ser un médico. En ningún momento intentaron contrastar el pronóstico del test con la persona orgánica en vivo, se dio por hecho la precisión analítica y se refrendó por escrito ante sus tutores legales que lo mejor para el futuro de ese joven era encaminarle lejos de su vocación.

No acierto a comprender qué criterios se emplean para esos test, pero sí puedo asegurar que el muchacho tenía la motivación correcta para ser un buen médico, desarrollando el sentido pleno de su vida y de los demás.

Contra la sentencia de las autoridades educativas Alberto apenas disponía de herramientas alternativas ni tenía fuerza él solo para argumentar o para creer otra cosa.
Esto le ocasionó un obstáculo insalvable y contradictorio que le sumió en una larga apatía. Los estudios se resintieron hasta que llegó a suspender el curso. Finalmente no consiguió superar los exámenes de acceso a la Universidad porque no se sentía bien dispuesto para ellos. Cuando escuché la historia con su propia voz estremecida por el dolor, me di cuenta que estaba ante el fracaso de la humanidad entera, incluido el mío propio. No encontré nada a mi alrededor -ninguna promesa y ningún logro- que pudiera compensar lo que ese ser humano había perdido.

Hoy Alberto está buscando un trabajo e intenta mantener viva la llama para entrar algún día en la Facultad de Medicina, pero no es fácil creer en uno mismo sin el apoyo de su entorno. Ahora tiene muchas dudas sobre qué hacer en la vida. Una vez hemos roto la conexión interna con la vida, no es tan evidente descubrirla en los demás.

Parece que el orientador también se había orientado mal a sí mismo. Pero más allá de las estadísticas, cada uno solo puede encontrar la plena certeza si está bien encaminado gracias a su propia voz interior.

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